Agricultores
y buscadores de metales.
Desde
tiempos antiguos tenemos referencias por la geografía de Estrabón que, entre la
parte norte del Tajo y el país de los ártabros (costa norte gallega) habitan
unas treinta tribus. Que esta región es rica en frutos del campo y ganados, oro
plata y otros muchos metales, pero sin embargo la mayoría de sus habitantes
prefieren el oro al cultivo de la tierra.
Vemos
por estos testimonios escritos y otros
como las estelas y los verracos que, desde muy antiguo, se puede constatar la
presencia de diferentes grupos en áreas limítrofes a lo que hoy día es el
término navasfrieño, pero sin poder localizar asentamientos poblacionales que
así lo ratifiquen.
Actualmente,
en la Genestosa, podemos observar los restos de las viviendas situadas en Prado
Álvaro, a lo largo del regato de las guadañas, objeto de las indagaciones
llevadas a cabo por investigadores españoles y portugueses, dirigidos por
Martín Viso y Rubio Díez, de la USAL, aunque hasta el momento sin determinar
exactamente la época, pero que, parece ser, nos pueden situar aproximadamente a
finales del siglo primero d.C. Estas gentes esencialmente dedicadas a la
ganadería y pequeños cultivos, debieron constituir el primer poblado,
propiamente dicho, en la parte norte de la sierra, lindante al que hoy día es
el campo del actual Navasfrías.
El
paso del tiempo y las invasiones germanas, a comienzos del siglo V, en el año
409, descritas por Hidacio de Lemica en su Cronicon, forzarían a muchos
habitantes de las poblaciones, ante la barbarie de estas tribus, la falta de
alimentos y la peste, a dispersarse y crear pequeños grupos de población desperdigados
`por los campos, en este caso, algunos, por lo que es el término del actual campo navasfrieño,
cuyas realidades han quedado para la posteridad señaladas por la situación de
las tumbas enclavadas en roca granítica, en zonas como Cabeza Porquera, La
Veguita, El Rotoro, La Genestosa y otras.
Estas
tumbas, si tenemos en cuenta los horrores y la barbarie de las tribus germanas
y las consecuencias que tuvo para vivos y muertos, esta invasión descrita por
el obispo Hidacio, podemos afirmar, con una probabilidad muy alta de estar en
lo cierto, que la reacción lógica de las personas que estaban dispersas por los
campos, fuese proteger sus muertos ante la voracidad de las fieras,
construyendo lugares seguros donde no pudiese tener acceso ningún animal,
convirtiendo estas tumbas temporales, en pudrideros seguros para los cadáveres
de sus difuntos.
La
utilización de materiales para los cercados de fincas, tanto piedras de
posibles viviendas, como las placas de granito que en su día debieron cerrar
las tumbas, hacen casi imposible recomponer estos espacios y determinar
exactamente cuántas personas pudieron vivir en cada zona donde aparecen;
únicamente algunos relatos, trasmitidos, de unos a otros, por personas que
cultivaron estas tierras, ya fallecidas hace muchos años, corroboraban la
posible existencia de viviendas en estas zonas, por haber hallado pequeños restos enterrados,
pero sin poder, en ningún caso, determinar, con estos testimonios, la cuantía
de viviendas.
Otra
de las particularidades de estas zonas es la proximidad a espacios donde pueden
fácilmente abastecerse de agua. Estos pequeños grupos de población, al igual
que anteriormente el poblado de Prado Álvaro, estaban dedicados a la ganadería
y pequeños cultivos, sin excluir que algunos pudiesen trabajar de beneficio las
cabeceras de los ríos buscando oro y estaño.
Mucho antes de la formación del asentamiento
del poblado de Prado Álvaro, los romanos ya habían relevado a los pueblos
celtas en la búsqueda de minerales, teniendo más o menos certeza en la búsqueda
de oro, plata y estaño en la zona de Valverde, Eljas y de Perales del Puerto;
en cambio en la zona de Navasfrías es difícil determinar exactamente si se
llevaron a cabo estas búsquedas por los romanos, cuando y como, debido a las
explotaciones mineras llevadas a cabo durante el siglo XX a orillas del río
Rubíos, y que borraron cualquier indicio de búsquedas anteriores.
Los minerales de la Península fueron de suma
importancia y una de las razones para la ocupación de Esta, no solo para Roma,
sino para otros pueblos llegados anteriormente.
“El oro no se extrae únicamente de las minas,
sino también por el lavado. Los ríos y torrentes arrastran arenas auríferas”.
Geografía de la Península III-2,8. Estrabón.
Cualquier
pequeño detalle nos puede llevar a esclarecer ciertos puntos oscuros y
establecer con seguridad lo que pudo ocurrir en algunas épocas muy lejanas.
En
el otoño del 2014 y tras un largo paseo disfrutando del campo, y la recogida de
hongos, me llamo la atención algo enterrado en la arena y según la arista que
sobresalía, debía ser el botón de un pantalón vaquero, con lo cual mi reacción
fue darle con la punta del zapato para desenterrarlo, sin otro interés por mi
parte. Al salir rodando, mi percepción sobre el objeto cambió, hasta tal punto
que mi reacción fue agacharme y recogerlo, para comprobar que era una moneda
ennegrecida por el paso del tiempo, pero que al limpiarla pude comprobar se
trataba de una moneda de plata. Mi interés después paso a indagar de donde
habían traído la arena (salón) que habían extendido para bachear el camino, ya
que esta arena compacta muy bien y es resistente a la lluvia durante mucho
tiempo. Después de dar con una de las personas que habían trasladado la arena
desde su lugar de origen, pude saber que la habían traído de la zona de las
minas próximas al río Rubíos.
Con
todo esto mi interés aumento, por ser un denario de plata acuñado en Roma.
Hubo
una época que vivía en Roma una familia de origen plebeyo, la familia Aburia,
no muy conocida, pero cuyos miembros, Marcus padre, y los hijos Caius y Marcus,
prestaron servicios a la república desde diferentes puestos: tribunos,
magistrados monetarios y pretores.
Después
de estudiar la moneda, pude comprobar que el
acuñador era uno de los hijos, el tribuno del pueblo Caius Aburius
Geminus, magistrado monetario en el 134 a.C.
La
moneda en sí, es una moneda de plata de 3,9 gm, y una pureza cercana al 100%-.
Anverso:
cabeza de Roma con casco alado, mirando a la derecha. Bajo la barbilla,
estrella de seis puntas, indicativo de su valor, 16 ases. Detrás de la cabeza
la leyenda GEM(inus).
Reverso: Marte con casco, escudo y lanza,
portando trofeo y conduciendo una cuadriga cuyos caballos galopan a la derecha.
Bajo sus patas la leyenda: ABURI. Exergo: Roma.
El camino fue largo hasta llegar Roma a
utilizar esta moneda como forma de pago.
Ya a comienzos del siglo IV a.C., después que
las transacciones en especies dieran paso a la compra de toda clase de
artículos con metales, los romanos comienzan a utilizar el Aes Rude, barras de
bronce, y como su nombre indica, rudo, en bruto. Más tarde, a finales del siglo
IV y inicios del siglo III a.C., estas barras comienzan de alguna manera a
tener una identidad, al estar marcadas, signadas con relieves, resaltes de
objetos o animales, el Aes Signatum. Todas estas barras, tanto el Aes Rude,
como el Aes Signatum, eran de diferentes tamaños, llegando en algunos casos a
sobrepasar los 1500gm. ¡Un peso considerable! (Aes-aeris= bronce, cobre, metal)
Al final del primer tercio de este siglo III
a.C. se va reduciendo el peso, creando el As Libral, 327gm de cobre y forma
lenticular, lens- lentis=lenteja. (As-assis = moneda)
Ya es al final de este siglo III a.C. cuando
Roma comienza a acuñar sus monedas tal como las conocemos hoy día, una de ellas
el Denario, este con un valor de 10 Ases, y que más tarde sería la moneda
oficial del imperio, aunque con pesos y valores diferentes con el paso del
tiempo. Esta primera moneda, era de plata, de 4,5 gm y una pureza cercana al
100%; acuñándose 72 piezas por libra de plata.
Con su devaluación en el siglo II a.C., pasan
a acuñarse 84 piezas por libra, con un peso de3,9 gm., pero en el 143 a.C.
aumenta el valor de esta moneda hasta 16 Ases.
El valor real de la moneda llego a ser casi
tres veces el valor de la plata con la que estaba acuñada.
Este Denario acuñado en Roma en el 134 a.C.
hallado en los campos de Navasfrías, y que con toda probabilidad durante más de
veintiún siglos estuvo olvidado dentro de las entrañas de las arenas de la zona
de las minas, nos puede ayudar en gran manera, a situar con bastante seguridad
el comienzo de estas búsquedas en la zona navasfrieña, por los romanos, en
torno al último tercio del siglo II a.C., llevándonos a la conclusión que,
alguien que utilizaba esta moneda acuñada en una ceca de Roma y por tanto
romano, seguramente acompañado de otras personas, ya recorrían en aquellos
tiempos dicha zona y el resto de espacios donde aún, hoy día, se puede
encontrar oro y estaño, léase: Águeda, Roladrón y las desaparecidas Lagunas del
Bardal.
En una de estas zonas del río Águeda, en el
sitio denominado los Gorrones, los bateadores también han encontrado algún
Quinario con distintivo V, específico del valor de medio denario, acuñado
también en tiempos de la república romana.
Las tierras movidas para su lavado en las
lagunas del Bardal, las ruinas de la casa de los Salgueros en plena zona minera,
posiblemente como refugio de gentes que se dedicaron en su tiempo a la búsqueda
de metales como el oro y el estaño, y
también las represas construidas con vigas de madera en el río Águeda
con el fin de proceder al lavado de las arenas arrastradas por las aguas del
río, son indicativas de los procedimientos usados antiguamente, pero sin poder
determinar la época en que ocurrieron, ni las gentes que lo realizaron. Pero el
hallazgo de estas monedas, sitúan las búsquedas de metales por los romanos, en
este territorio, según las fechas de acuñación de las monedas halladas en el
término navasfrieño, como muy tarde, a finales del siglo segundo a.C., en un
periodo posterior a la muerte de Viriato, y el final de las guerras lusitanas,
con el sometimiento de la Lusitánia por las legiones romanas.
La búsqueda de metales ha sido una constante
del hombre en todos los tiempos, unas veces impuestas por las necesidades de
los avances de la humanidad para la fabricación de toda clase de artículos domésticos,
así como armas , joyas etc… y otras
veces como entretenimiento o deporte.
Es sobre todo por las necesidades familiares
para procurar una ayuda a sus economías que, durante buena parte del siglo XX y
coincidiendo con las explotaciones mineras de wolframita, muchas personas de
Navasfrías se beneficiaron del hallazgo de estaño por lavado de las arenas del
río de Rubiós, al mismo tiempo que de
pepitas de oro, algunas de más de seis gramos.
Esto nos demuestra que si en esta época era
productivo el lavado de las arenas de los ríos, evidentemente, en aquellos tiempos,
debió producir muchos más beneficios a los que se dedicaron a estas labores.
También debido al ambiente minero y las
conversaciones sobre estos temas, señalando lugares y forma de proceder para
obtener buenos resultados en la obtención del oro y del estaño, y en algunos
casos viendo como se procedía al lavado de arenas para la extracción del
wolframita, estaño y oro por parte de los mayores que se dedicaban
a estos trabajos en el segundo tercio del siglo XX, propiciaron una innegable
influencia en los más pequeños como si de un juego se tratase, propiciando,
para algunos, un estimulo a la hora de poner en práctica sus propias búsquedas.
La teoría, aprendida en estas escuchas,
estimuló a algunos adolescentes a la imitación de la forma de proceder de los
mayores, sobre todo, tratándose de una ejecutoria relativamente fácil para
llevar a cabo estos trabajos ya que al final eran secundados más como un juego
que otra cosa. Esto, de alguna manera, fue lo que me hizo acompañar a algún
amigo, alrededor de la década de los cincuenta, al río Roladrón, donde no
solamente nos entreteníamos en lavar las arenas, sino que tras abrir las placas
de los pizarrales del lecho del río, sacábamos con una cuchara el barro que
estaba incrustado en las diferentes partes de estas rocas, donde normalmente se
podían localizar pequeñas pepitas de oro. Algunos amigos, por supuesto los más
aficionados, llegaron a poseer oro para llenar algún botecito de cristal de
unos diez o quince mm de diámetro, por cuarenta de altura aproximadamente. ¡Un
pequeño tesoro!
Hoy día, las cabeceras de estos ríos, aún son
frecuentadas por los bateadores, en certámenes, o particularmente. Esta etapa
debida principalmente a un experimentado bateador y gran amante de estos
parajes, Rufino Orea.
XXº P.