miércoles, 4 de julio de 2018

Retazos de tiempos antiguos


Agricultores y buscadores de metales.
Desde tiempos antiguos tenemos referencias por la geografía de Estrabón que, entre la parte norte del Tajo y el país de los ártabros (costa norte gallega) habitan unas treinta tribus. Que esta región es rica en frutos del campo y ganados, oro plata y otros muchos metales, pero sin embargo la mayoría de sus habitantes prefieren el oro al cultivo de la tierra.
Vemos por estos testimonios escritos  y otros como las estelas y los verracos que, desde muy antiguo, se puede constatar la presencia de diferentes grupos en áreas limítrofes a lo que hoy día es el término navasfrieño, pero sin poder localizar asentamientos poblacionales que así lo ratifiquen. 



Actualmente, en la Genestosa, podemos observar los restos de las viviendas situadas en Prado Álvaro, a lo largo del regato de las guadañas, objeto de las indagaciones llevadas a cabo por investigadores españoles y portugueses, dirigidos por Martín Viso y Rubio Díez, de la USAL, aunque hasta el momento sin determinar exactamente la época, pero que, parece ser, nos pueden situar aproximadamente a finales del siglo primero d.C. Estas gentes esencialmente dedicadas a la ganadería y pequeños cultivos, debieron constituir el primer poblado, propiamente dicho, en la parte norte de la sierra, lindante al que hoy día es el campo del actual Navasfrías.



El paso del tiempo y las invasiones germanas, a comienzos del siglo V, en el año 409, descritas por Hidacio de Lemica en su Cronicon, forzarían a muchos habitantes de las poblaciones, ante la barbarie de estas tribus, la falta de alimentos y la peste, a dispersarse y crear pequeños grupos de población desperdigados `por los campos, en este caso, algunos, por lo  que es el término del actual campo navasfrieño, cuyas realidades han quedado para la posteridad señaladas por la situación de las tumbas enclavadas en roca granítica, en zonas como Cabeza Porquera, La Veguita, El Rotoro, La Genestosa y otras.
Estas tumbas, si tenemos en cuenta los horrores y la barbarie de las tribus germanas y las consecuencias que tuvo para vivos y muertos, esta invasión descrita por el obispo Hidacio, podemos afirmar, con una probabilidad muy alta de estar en lo cierto, que la reacción lógica de las personas que estaban dispersas por los campos, fuese proteger sus muertos ante la voracidad de las fieras, construyendo lugares seguros donde no pudiese tener acceso ningún animal, convirtiendo estas tumbas temporales, en pudrideros seguros para los cadáveres de sus difuntos.
La utilización de materiales para los cercados de fincas, tanto piedras de posibles viviendas, como las placas de granito que en su día debieron cerrar las tumbas, hacen casi imposible recomponer estos espacios y determinar exactamente cuántas personas pudieron vivir en cada zona donde aparecen; únicamente algunos relatos, trasmitidos, de unos a otros, por personas que cultivaron estas tierras, ya fallecidas hace muchos años, corroboraban la posible existencia de viviendas en estas zonas, por  haber hallado pequeños restos enterrados, pero sin poder, en ningún caso, determinar, con estos testimonios, la cuantía de viviendas.
Otra de las particularidades de estas zonas es la proximidad a espacios donde pueden fácilmente abastecerse de agua. Estos pequeños grupos de población, al igual que anteriormente el poblado de Prado Álvaro, estaban dedicados a la ganadería y pequeños cultivos, sin excluir que algunos pudiesen trabajar de beneficio las cabeceras de los ríos buscando oro y estaño.
Mucho antes de la formación del asentamiento del poblado de Prado Álvaro, los romanos ya habían relevado a los pueblos celtas en la búsqueda de minerales, teniendo más o menos certeza en la búsqueda de oro, plata y estaño en la zona de Valverde, Eljas y de Perales del Puerto; en cambio en la zona de Navasfrías es difícil determinar exactamente si se llevaron a cabo estas búsquedas por los romanos, cuando y como, debido a las explotaciones mineras llevadas a cabo durante el siglo XX a orillas del río Rubíos, y que borraron cualquier indicio de búsquedas anteriores.
Los minerales de la Península fueron de suma importancia y una de las razones para la ocupación de Esta, no solo para Roma, sino para otros pueblos llegados anteriormente.
“El oro no se extrae únicamente de las minas, sino también por el lavado. Los ríos y torrentes arrastran arenas auríferas”.
Geografía de la Península III-2,8. Estrabón.
Cualquier pequeño detalle nos puede llevar a esclarecer ciertos puntos oscuros y establecer con seguridad lo que pudo ocurrir en algunas épocas muy lejanas.   
En el otoño del 2014 y tras un largo paseo disfrutando del campo, y la recogida de hongos, me llamo la atención algo enterrado en la arena y según la arista que sobresalía, debía ser el botón de un pantalón vaquero, con lo cual mi reacción fue darle con la punta del zapato para desenterrarlo, sin otro interés por mi parte. Al salir rodando, mi percepción sobre el objeto cambió, hasta tal punto que mi reacción fue agacharme y recogerlo, para comprobar que era una moneda ennegrecida por el paso del tiempo, pero que al limpiarla pude comprobar se trataba de una moneda de plata. Mi interés después paso a indagar de donde habían traído la arena (salón) que habían extendido para bachear el camino, ya que esta arena compacta muy bien y es resistente a la lluvia durante mucho tiempo. Después de dar con una de las personas que habían trasladado la arena desde su lugar de origen, pude saber que la habían traído de la zona de las minas próximas al río  Rubíos.
Con todo esto mi interés aumento, por ser un denario de plata acuñado en Roma.
Hubo una época que vivía en Roma una familia de origen plebeyo, la familia Aburia, no muy conocida, pero cuyos miembros, Marcus padre, y los hijos Caius y Marcus, prestaron servicios a la república desde diferentes puestos: tribunos, magistrados monetarios y pretores.
Después de estudiar la moneda, pude comprobar que el  acuñador era uno de los hijos, el tribuno del pueblo Caius Aburius Geminus, magistrado monetario en el 134 a.C.
La moneda en sí, es una moneda de plata de 3,9 gm, y una pureza cercana al 100%-.
Anverso: cabeza de Roma con casco alado, mirando a la derecha. Bajo la barbilla, estrella de seis puntas, indicativo de su valor, 16 ases. Detrás de la cabeza la leyenda GEM(inus).


Reverso: Marte con casco, escudo y lanza, portando trofeo y conduciendo una cuadriga cuyos caballos galopan a la derecha. Bajo sus patas la leyenda: ABURI. Exergo: Roma.


El camino fue largo hasta llegar Roma a utilizar esta moneda como forma de pago.
Ya a comienzos del siglo IV a.C., después que las transacciones en especies dieran paso a la compra de toda clase de artículos con metales, los romanos comienzan a utilizar el Aes Rude, barras de bronce, y como su nombre indica, rudo, en bruto. Más tarde, a finales del siglo IV y inicios del siglo III a.C., estas barras comienzan de alguna manera a tener una identidad, al estar marcadas, signadas con relieves, resaltes de objetos o animales, el Aes Signatum. Todas estas barras, tanto el Aes Rude, como el Aes Signatum, eran de diferentes tamaños, llegando en algunos casos a sobrepasar los 1500gm. ¡Un peso considerable! (Aes-aeris= bronce, cobre, metal)
Al final del primer tercio de este siglo III a.C. se va reduciendo el peso, creando el As Libral, 327gm de cobre y forma lenticular, lens- lentis=lenteja. (As-assis = moneda)
Ya es al final de este siglo III a.C. cuando Roma comienza a acuñar sus monedas tal como las conocemos hoy día, una de ellas el Denario, este con un valor de 10 Ases, y que más tarde sería la moneda oficial del imperio, aunque con pesos y valores diferentes con el paso del tiempo. Esta primera moneda, era de plata, de 4,5 gm y una pureza cercana al 100%; acuñándose 72 piezas por libra de plata.
Con su devaluación en el siglo II a.C., pasan a acuñarse 84 piezas por libra, con un peso de3,9 gm., pero en el 143 a.C. aumenta el valor de esta moneda hasta 16 Ases.
El valor real de la moneda llego a ser casi tres veces el valor de la plata con la que estaba acuñada.
Este Denario acuñado en Roma en el 134 a.C. hallado en los campos de Navasfrías, y que con toda probabilidad durante más de veintiún siglos estuvo olvidado dentro de las entrañas de las arenas de la zona de las minas, nos puede ayudar en gran manera, a situar con bastante seguridad el comienzo de estas búsquedas en la zona navasfrieña, por los romanos, en torno al último tercio del siglo II a.C., llevándonos a la conclusión que, alguien que utilizaba esta moneda acuñada en una ceca de Roma y por tanto romano, seguramente acompañado de otras personas, ya recorrían en aquellos tiempos dicha zona y el resto de espacios donde aún, hoy día, se puede encontrar oro y estaño, léase: Águeda, Roladrón y las desaparecidas Lagunas del Bardal.
En una de estas zonas del río Águeda, en el sitio denominado los Gorrones, los bateadores también han encontrado algún Quinario con distintivo V, específico del valor de medio denario, acuñado también en tiempos de la república romana.
Las tierras movidas para su lavado en las lagunas del Bardal, las ruinas de la casa de los Salgueros en plena zona minera, posiblemente como refugio de gentes que se dedicaron en su tiempo a la búsqueda de metales como el oro y el estaño, y  también las represas construidas con vigas de madera en el río Águeda con el fin de proceder al lavado de las arenas arrastradas por las aguas del río, son indicativas de los procedimientos usados antiguamente, pero sin poder determinar la época en que ocurrieron, ni las gentes que lo realizaron. Pero el hallazgo de estas monedas, sitúan las búsquedas de metales por los romanos, en este territorio, según las fechas de acuñación de las monedas halladas en el término navasfrieño, como muy tarde, a finales del siglo segundo a.C., en un periodo posterior a la muerte de Viriato, y el final de las guerras lusitanas, con el sometimiento de la Lusitánia por las legiones romanas.   
La búsqueda de metales ha sido una constante del hombre en todos los tiempos, unas veces impuestas por las necesidades de los avances de la humanidad para la fabricación de toda clase de artículos domésticos, así como armas , joyas etc…  y otras veces como entretenimiento o deporte.
Es sobre todo por las necesidades familiares para procurar una ayuda a sus economías que, durante buena parte del siglo XX y coincidiendo con las explotaciones mineras de wolframita, muchas personas de Navasfrías se beneficiaron del hallazgo de estaño por lavado de las arenas del río de Rubiós, al mismo tiempo que de  pepitas de oro, algunas de más de seis gramos.
Esto nos demuestra que si en esta época era productivo el lavado de las arenas de los ríos, evidentemente, en aquellos tiempos, debió producir muchos más beneficios a los que se dedicaron a estas labores.
También debido al ambiente minero y las conversaciones sobre estos temas, señalando lugares y forma de proceder para obtener buenos resultados en la obtención del oro y del estaño, y en algunos casos viendo como se procedía al lavado de arenas para la extracción del wolframita,  estaño y  oro por parte de los mayores que se dedicaban a estos trabajos en el segundo tercio del siglo XX, propiciaron una innegable influencia en los más pequeños como si de un juego se tratase, propiciando, para algunos, un estimulo a la hora de poner en práctica sus propias búsquedas.
La teoría, aprendida en estas escuchas, estimuló a algunos adolescentes a la imitación de la forma de proceder de los mayores, sobre todo, tratándose de una ejecutoria relativamente fácil para llevar a cabo estos trabajos ya que al final eran secundados más como un juego que otra cosa. Esto, de alguna manera, fue lo que me hizo acompañar a algún amigo, alrededor de la década de los cincuenta, al río Roladrón, donde no solamente nos entreteníamos en lavar las arenas, sino que tras abrir las placas de los pizarrales del lecho del río, sacábamos con una cuchara el barro que estaba incrustado en las diferentes partes de estas rocas, donde normalmente se podían localizar pequeñas pepitas de oro. Algunos amigos, por supuesto los más aficionados, llegaron a poseer oro para llenar algún botecito de cristal de unos diez o quince mm de diámetro, por cuarenta de altura aproximadamente. ¡Un pequeño tesoro!   
Hoy día, las cabeceras de estos ríos, aún son frecuentadas por los bateadores, en certámenes, o particularmente. Esta etapa debida principalmente a un experimentado bateador y gran amante de estos parajes, Rufino Orea.


XXº P.





lunes, 2 de julio de 2018

Pueblos de Frontera


El contrabando de “carrego” un modo de vida para subsistir.
El giro imperceptible de la tierra va cubriendo de sombras los montes y caminos que conducen a los pueblos fronterizos portugueses, al mismo tiempo que las farolas, distribuidas en algunas de las travesías principales, comienzan a iluminar con su luz mortecina de 125v las calles que poco a poco van quedando desiertas, permaneciendo aparentemente en calma, hasta que unas sombras se deslizan con rapidez y en silencio, penetrando en una de las casas donde le esperan algunas hombres más. Dentro están terminando de empaquetar la mercancía que inmediatamente se convertirá en “carregos” en las espaldas de los porteadores.
Pasados unos minutos, los hombres comienzan a salir a la calle con las mercancías a sus espaldas. El camino que tienen por delante es largo y peligroso, y el peso se les va haciendo insoportable, incrustándose las cuerdas en el pecho y los hombros de los porteadores, provocando rozaduras, a veces hasta sangrar, en alguno de los que caminan en grupo para no dispersarse en la oscuridad de la noche. Los más  veteranos en estas lides, van provistos de gomas gruesas, obtenidas del piso de alpargatas usadas, para ponerlas entre las cuerdas y el cuerpo, y así evitar, a lo largo del camino, las marcas y rozaduras producidas por los atalajes, ya que los “carregos” se transportan como si fuesen mochilas, con un peso de veinte kilos y a veces superior que, durante el trayecto, las sensaciones que les ocasionarán el peso y la fatiga, se les irán acrecentando gradualmente, hasta que al final les parecerá que le han duplicado la carga.

                        Hoy carreteras que unen España y Portugal, antes caminos de contrabando.

La oscuridad de la noche entorpece el caminar a través del campo, cubierto a veces de jaras, escobas, y matorrales, dificultando la marcha y haciendo más penoso, si cabe, estas largas caminatas que trascurren a veces por caminos de montaña entre los pueblos portugueses y españoles. Otras veces, por zonas donde los ríos o regatos hacen que su andadura tenga que ser muy lenta para ir sorteando, primero, el caudal de estos y luego los humedales provocados a veces por los desbordamientos ocasionados en épocas de lluvias. Las inclemencias del tiempo también juegan en contra de todos los que caminan en la noche, procurando sortear las casas de campo y las majadas, lugares que puedan servir de cobijo a los agentes de la frontera, y en otros casos ser delatados por los perros que están al cuidado de haciendas o ganado.      
En algunos casos, los caminos por donde han de pasar los porteadores están vigilados por alguna persona que tiene el cometido de avisar en caso de la presencia de la pareja de la guardia civil. Esto normalmente suele suceder, cuando la carga de todos los porteadores es de un propietario y ellos van a jornal, cobrando cada uno veinte o veinticinco duros. Pero no faltan los imprevistos, ya que igual que los guardias están vigilados, ellos también procuran estar al tanto de los caminos por donde transitan las mercancías que se mueven a través de la frontera, con el resultado en algunas ocasiones de la detención de los dueños de la mercancía, haciéndoles reos, con la consiguiente multa por un valor muy superior al de la mercancía que, en algunos procesos, se trasforman en penas de cárcel.  
La precaución y a veces el miedo a guardiñas y carabineros, por la posible pérdida del total del producto y la ganancia que les pueda producir, hacen que, en algunas ocasiones, cualquier sombra en el camino despierte el recelo de todos, y ante el peligro de desbandada y apresamiento, los más expertos que van al mando, hagan parar y echar cuerpo a tierra ante el temor de la presencia de los agentes de un lado u otro de la frontera, descubriendo a fuerza de esperar la luz del alba que su temor esta provocado por causas naturales, como pueden ser matojos, o escobas que, en la oscuridad de las noches cerradas, provocan una psicosis colectiva trasmitiéndoles la sensación real que ante sí se hallan dichos agentes.
Para muchos de estos porteadores, después de una larga noche de padecimientos y largas caminatas, incluyendo la de retorno al amanecer, la jornada continuaba o bien para atender al ganado, y también algunos, para realizar trabajos en los diferentes labores de la agricultura, ayudando a sus padres en estos quehaceres.
Para los jóvenes, el macuto, fue una de las salidas para no resultar una carga en las familias, debido a la escasez de medios económicos, y la falta de trabajo remunerado.
La supervivencia relacionada con el contrabando en los pueblos de la frontera, tuvo muchos altibajos para salir adelante, aunque siempre con grandes dificultades para las personas que tenían solamente esa salida como forma de subsistir, tanto en un lado como en el otro de la frontera, en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta.
Productos como el café, el tabaco, y otros, en pequeñas cantidades, servían también a algunas mujeres portuguesas para sobrevivir, al recorrer cada mañana el camino hasta Navasfrías, soportando la fatiga que les producía hacer el camino cargadas con estos productos, para venderlos a los vecinos, y con las ganancias que les proporcionaban poder adquirir azúcar,  pan, y otras mercancías, difíciles de encontrar en aquel tiempo en los pueblos portugueses de la frontera.  
Dado el consumo de café por casi todas las personas y la buena acogida del torrefacto portugués en los pueblos españoles, añadida  la falta de este producto o algún otro parecido, también algunas navasfrieñas adquirían varios kilos en cualquier tienda de los pueblos vecinos, para venderlos y con las ganancias seguir atendiendo precariamente a las necesidades de cada día en sus familias.
Las circunstancias por las que atraviesan muchas familias en los pueblos portugueses, ante la falta de recursos, hacen que muchas mujeres con edades muy avanzadas emprendan largas caminatas para poder ganar algunas pesetas con las que malvivir. Sus desplazamientos pueden durar todo el día, en un trayecto que las llevara desde Aldeia do Bispo y La Geosa da Raia  hasta El Payo, u otros pueblos españoles, incluidos pueblos extremeños, para distribuir los encargos que le son pedidos por gentes de estos lugares, carretes y bobinas de hilo, telas para confeccionar delantales, batas y también encargos de otros muchos artículos.
Para llegar a conseguir estos pequeños márgenes, se arriesgaban, unas y otras, a perder todo lo empleado en la compra de los productos, si les era requisada la mercancía en la frontera, y regresar a sus casas con las manos vacías.
El contrabando llevado a cabo individualmente, bien a pie o a caballo, fue una de las formas de sobrevivir en  la posguerra hasta el final de los sesenta, ya que casi todos cuando la industria fue necesitando mano de obra, siguieron el camino de la emigración, bien viajando a Argentina, ya en las primeras décadas del siglo XX, o a los países europeos, incluyendo al final ciudades españolas.
El caballo, por su rapidez en los desplazamientos, fue muy utilizado para el transporte de mercancías, sobre todo café y tabaco, y aunque más cómodo para las personas, ya que tanto la carga como el jinete iban a la grupa del animal, no dejaba de encerrar incluso más peligros que para los macuteros que transportaban estas mercancías por su cuenta, y que solían ser pequeños grupos; ya que al ser cantidades más grandes las que se movían con los caballos, los agentes de la frontera tanto de una parte como otra, procuraban perseguirlos si cabe con más ahínco para hacerse con las cargas, utilizando para ello, a veces, los caballos asignados al puesto de carabineros. Las desbandadas producidas en estos ataques, ocasionaba algunas veces situaciones muy graves para la integridad física de los perseguidos, bien por disparos, caídas de caballo y jinete en algún pantano, o bien por el choque del jinete contra la rama de algún árbol que se interponía en el galope al que era sometido el caballo en la huida de los perseguidores.

                                       Frontera entre Navasfrias y Foios, zona de paso de ganado.

Ante la disyuntiva de cumplir o no cumplir la ley y por otra parte poder seguir viviendo a duras penas, estas personas aplicaron la máxima latina, norma general para todas ellas. “Primum vivere, deinde philosophari. Primero vivir, después filosofar”. Primero proponerse seguir viviendo con los únicos medios a su alcance en aquellos tiempos y después ya reflexionarían, o no, sobre la ley que regulaba el paso de mercancías por las fronteras y la conveniencia de cumplirla y dejar que las familias padeciesen toda clase de privaciones, incluyendo incluso las alimentarias, al estar olvidados completamente de las administraciones del estado, que solamente se acordaba de estos pueblos, tanto los de España como de Portugal, a la hora de cobrar impuestos. Asunto este, reflejado algunas veces en escritos que llegaban a calificar esta zona fronteriza, como pueblos olvidados de la raya, casi incomunicados, con una economía de subsistencia para buena parte de sus habitantes.
Por otra parte, la supervivencia, en todos los tiempos, ha sido y es un instinto básico y principal, para todas las criaturas que forman el planeta tierra.
Diferente de todo esto, referido al contrabando, fueron las grandes remesas de wolframita, chelita, parafina, cobre en placas o barras, piedras de mechero, tabaco, café, maquinas de coser, telas de todas clases, monedas de oro y plata republicanas, toda clase de ganados, incluso en algunas ocasiones armas y otras muchas mercancías, que podían ser movidas por grupos de hasta cien personas, y cuadrillas de caballistas que  alcanzaban a veces a formar grandes grupos  de jinetes; aunque casi todas estas personas tanto caballistas como macuteros, eran contratados a jornal con un precio pactado; siempre con el riesgo de ser detenidos, e incluso perder la vida en alguno de aquellos encuentros con los agentes de la frontera que, en algunas ocasiones no tenían problemas en disparar después de echar el alto.
Estas mercancías, en grandes cantidades, solían ser de un solo propietario o de un grupo muy reducido, lo que obedecía más al enriquecimiento personal, que la falta de recursos.
El final del contrabando sobre todo de tabaco y café, catapulto la salida, en la década de los sesenta, de casi todas las personas dedicadas a pasar estas mercancías a través de la frontera, pasando a residir sobre todo en países europeos.
Las salidas más traumáticas son las que se van produciendo hasta mediada la década de los cincuenta, con bastante más de trescientos desplazados hacia la república Argentina.       
Las circunstancias en que se producen estas partidas, con el alejamiento de padres, hermanos y demás familiares, así como amigos, y también amores de juventud, truncados, en algunos casos para siempre, les llevaran cuando en sus pechos se clave el puñal del desanimo y la añoranza, debido a veces a las circunstancias poco favorables en su nueva tierra, a recordar y  recorrer mentalmente su vida anterior, las celebraciones y costumbres de sus gentes, los campos y caminos tantas veces transitados durante su niñez y juventud en compañía de familiares y amigos, campos y caminos impregnados por fragmentos arrancados de lo más profundo, como girones de sus voluntades ante la decisión de partir, ondeando al viento a modo despedida, mientras desechaban las dudas que se les planteaban y hacían firme esta medida. Siendo causa, en algunos casos, después de años separados de su tierra, de ciertas crisis de desasosiego en sus vidas, ante la imposibilidad de volver a ver sus gentes, las verdes praderas, las aguas cristalinas de sus ríos, respirar el aire limpio de sus montañas y percibir en sus rostros la suave brisa, en amaneceres y atardeceres, de estos espacios tan amados.
Esta semejanza ante la ansiedad por la tierra natal, y el alejamiento de esta, con la posibilidad de no volver a verla, es un sentimiento en todos los seres humanos que recuerdan con tristeza el abandono, por fuerza mayor, de lo más querido, trasmitido magníficamente en el “Va, pensiero” por el coro de los esclavos, acto tercero de Nabuco, bellísima ópera de Verdi, con letra de Temistocle Solera; inspirado en el éxodo del pueblo judío, y su confinamiento en Babilonia. Libro de los salmos 136 (137). Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos, acordándonos de Sión.

Ve, pensamiento,
sobre alas doradas;
¡ve, pósate en las
praderas, y en las
colinas,
donde exhalan su
fragancia tibios y
suaves
los aires dulces de la
tierra natal!

XXº P.





martes, 7 de marzo de 2017

!Querida tierra!



Recuerdos de un pueblo básicamente agrícola y ganadero.

Desde la comodidad de mi casa, y evidentemente relajado por la belleza del paisaje, contemplo con verdadera placidez todo lo que mi vista alcanza. A mi derecha, la sierra de las Mezas, y frente a mí, la gran mole de Jálama, “Salamati”, venerado por el antiguo pueblo celta de los vetones; además espacio, que fue, de una pequeña fortificación árabe, y también testigo impasible del paso de Almanzor con sus cuarenta mil jinetes camino de la razia dirigida contra Santiago de Compostela; así mismo montaña donde se llevo a cabo, en su ladera norte, la construcción con sillares de granito, de una nevera octogonal en 1662, bajo el mando de Gaspar Tellez-Giron y Sandoval, capitán general de las fronteras de Castilla la Vieja en las guerras de la frontera, como avance de la  ingente obra llevada a cabo en Aldea del Obispo en 1663, con la puesta en pie del Fuerte de la Concepción. Y las dos montañas de suma importancia en la historia medieval del reino de León, una, en el trazado de la frontera, y fuente de dos importantes ríos de España y Portugal, el Águeda y el Coa, y la otra, muralla de retención en la conquista de la transierra extremeña. La contemplación de un paisaje tan espectacular que mi situación me permite, se extiende al resto de montañas y accidentes orográficos dignos de ser visitados detenidamente, para poder apreciar in situ y con detalle, toda su belleza y disfrutar de la paz y tranquilidad que aportan : Teso de la Matanza, Teso de la Nave, Fuente de la Nave, Los Cortaderos, El Carigüelar, El Mortajo, Torres de Fernán Centeno, Cortada de Rapapelo, Cortada del Rayo, Corral de la Lana, El Guijarro, Fuente de los Salgueros, El Espinazo, Cancho de la Caraba, La Carbonera, Fuente de la Carbonera, Canchal del Pantano de los Grajos, Fuente Cabuera, La Mojonera, Refiesta, Los Llanos y El Manantial del Roladrón; en una  concatenación de montañas que unen Jálama con las Mezas, al mismo tiempo que separan la provincia de Salamanca de la de Cáceres como si de una muralla se tratara, con dos puertas abiertas que unen estos territorios, la carretera de Santa Clara y la del Puerto Viejo. Entre estas montañas cobran especial importancia Las Torres de Fernán Centeno y El Teso de la Nave, una, relacionada con la morada de este personaje, Castillo de Rapapelo, y desde donde llevo a cabo injusticias y robos en toda la zona, abusando del dominio del  señorío de los Centeno, y la otra, debido a las disputas  entre los pueblos de un lado y otro de la sierra a consecuencia de los limites de sus términos. Gran parte de esta muralla está cubierta de pinos y robles. Los pinos, son el resultado de la repoblación llevada a cabo a partir de mediados del siglo XX en las zonas de montaña, y que poco a poco los agricultores fueron extendiendo a las tierras de cultivo; y los robles, árbol propio de esta zona, con algunos ejemplares centenarios; considerado como árbol sagrado de los celta, uno de los primeros pueblos que habitaron estas tierras.




                                          Jalama, carretera de Santa Clara


Tanto Jálama como las Mezas son consideradas en las leyendas populares, montañas colmadas de grandes tesoros, a veces basados en libros que señalan incluso los sitios exactos donde se pueden localizar fabulosas cantidades de oro abandonadas por los moros al ser expulsados de estas tierras. Una de las muchas referidas a la montaña de Jálama, sitúa el tesoro a ocho pasos hacia el poniente a partir de la Fuente de Hinchacuartillos, en una cueva de ladrillos cocidos, la cual estaba repleta de oro. Las Mezas al igual que el Canchal de los Moros, y otras muchas montañas, también son lugares donde la imaginación popular sitúa los tesoros más fabulosos. En el caso de las Mezas, la referencia también parte de una fuente, la Fuente de Navamajada, situada debajo de dos peñas, en una de las cuales hay grabado un yunque de dos puntas como señal inequívoca del lugar del tesoro, que lo sitúan entre estas dos peñas en una tinaja con seis arrobas de oro. Las leyendas, como consecuencia de la confluencia, en un mismo punto, de los limites rayanos de España y Portugal y de los términos jurisdiccionales de las diócesis de Coria, Ciudad Rodrigo, Guarda y Lamego, en la cima de las Meza, sitúan una mesa en ese mismo punto, alrededor de la cual se reunían dos reyes y cuatro obispos, cada uno sentado en su silla, y dentro de su territorio. El gran pilar levantado en ese mismo punto, y que fue derribado a mediados del siglo XX, dio el segundo nombre a esta montaña, por el cual la conocen la mayor parte de las gentes de la zona “EL Picoto”. Este mismo pilar es el que abre como logo este blog. 


                                          Sierra de las Mesas. Foios

Al cabo de un rato entretenido en estas reflexiones, y tras llamar mi atención las gentes que se afanan en los trabajos del campo en las orillas del Águeda, de un lado y otro, cerca del puente del Encalao; las imágenes se agolpan en mi mente, y los recuerdos de mi niñez y mi juventud se hacen presentes como si de nuevo estuviese viviendo aquella época ya lejana. La misma sensación que, alguna vez, cómodamente sentado en una sala de cine, me han producido ciertas imágenes, viendo reproducidas escenas que muchos años atrás ya habían quedado gravadas en mi mente. No escenas de ficción como las que contemplo en la pantalla, cuando el actor australiano Crowe interpretando la figura de un supuesto general romano, Máximus Decimus Meridius, camina por sus campos de trigo de Hispania, acariciando suavemente con sus manos las mieses para comprobar el grano de las espigas, sino imágenes reales llevadas a cabo por hombres de esta tierra, hombres jóvenes y fuertes, sin los correajes de las legiones romanas, que desafiando las altas temperaturas y el viento abrasador que mueven los sembrados, tostando estos, al mismo tiempo que van tornando el color de sus rostros por un moreno de verde luna, como dice el poeta, caminan por sus campos acariciando también suavemente las mieses, parándose de vez en cuando, para mirar a su alrededor y contemplar los sembrados, cogiendo una espiga que, acto seguido, frotan con ambas manos para deshacerla y con ademanes tranquilos soplar sobre ella una vez deshecha hasta  quedarse solamente con el grano, para así poder valorar la cantidad y calidad de la cosecha.
Así, de esta forma, poco a poco, los recuerdos se van haciendo presentes.
Nací en una tierra donde según mis vecinos los extremeños al frio le decimos fresco ¡Joel con lus castellanus que al friu le dicin frescu! Una tierra de inviernos duros, donde el viento gélido puede agrietarte las manos y curte la piel de los rostros.
En claro contraste con la climatología, sus gentes, con un trato cálido y familiar, estaban siempre dispuestas a ayudarse unos a otros en cualquier momento y circunstancia. Circunstancias que podían ser la construcción de una vivienda, que al ser el material de los muros exteriores de piedra de granito, abundante en la zona, el trabajo consistía en transportar este material en carros  hasta el lugar de la construcción, ofreciéndose voluntariamente muchas personas para hacer este trabajo, sobre todo los allegados, amigos y vecinos. El levantamiento del edificio, era contratado a jornal a aquellos viejos albañiles que a la vez eran diseñadores, canteros y constructores, lo que antiguamente se denominaba maestro de obra prima. Los pendolones de los cerramientos eran calculados y construidos por los carpinteros del lugar, especialmente por Manuel Carmona, a jornal o a precio cerrado.
Cuando los trabajos repercutían en beneficio de la comunidad: puentes, caminos, presas etc…, estos se hacían a concejil = trabajos comunes a los vecinos.
Otra de las circunstancias, esta desgraciada, eran los incendios en las viviendas o en los establos de los animales, aquí se volcaban todos los vecinos para sofocar los fuegos cuanto antes, formando cadenas humanas a falta de bomberos o mangueras, que iban desde las fuentes o el río hasta la casa o el establo incendiado, pasándose los cubos de agua de unos a otros lo más rápidamente posible en el intento que el fuego provocase el menor daño, y después ayudar con enseres, o comida para los animales, dependiendo si el fuego era en la casa o en los establos.
En los fuegos en el campo, la respuesta era la misma por parte de todas las personas, tratar de sofocar los incendios con todos los medios a su alcance. Estos solían ser las mismas herramientas del trabajo, utilizándolas para hacer cortafuegos, creando zonas limpias de vegetación, y con la ayuda de escobas o ramas verdes de los árboles, poder controlarlo hasta su extinción.   
En el tiempo de las matanzas, a más de de prestar una ayuda, era una fiesta familiar de abuelos, tíos y primos que se reunían, incluso algún amigo o vecino experto con el cuchillo, si fuese necesario, para sacrificar y despedazar los animales, que después hombres y mujeres salarian, triturarían en las maquinas, y adobarían para llenar las tripas, naturales o no, con el aderezo preparado para los lomos embuchados, morcones, chorizos de vuelta, chorizos de hueso, morcillas, buchanos, y también farinatos; estos típicos de de Ciudad Rodrigo; además de preparar los jamones las hojas de tocino, las orejas, los pies de cerdo, y el espinazo, para proceder al salado de todo. Entre unas faenas y otras después de llevar a analizar los cerdos, siempre había algún trozo sobre las brasas que, acompañado de la pruebe de los diferentes tipos de embutidos para apreciar si estaban en su punto para el llenado, se iban degustando, acompañándolo con algún trago de vino dulce y templado que reposaba en la piedra del hogar cerca de las brasas, como forma de combatir el frio. Todo listo para ir matando el gusanillo mientras se iban ejecutando los trabajos y llegaba la hora de la comida.
La mayor parte de las veces el frio intenso ya se hace presente en estas fechas, y el clima extremo cubre esta tierra, a veces, con un blanco manto, solamente mancillado por las huellas de los animales que salen de sus madrigueras en busca de alimentos.
El deshielo, unido a las bajas temperaturas, propicia la aparición de largos chupones que penden en los aleros de los tejados.
Una tierra donde la lluvia cae con frecuencia, unas veces con suavidad y otras acompañadas de fuertes ventiscas que hacen que el agua parezca venir de lado y no de arriba, y que produce comentarios en algunos visitantes, con expresiones, como, ¡En este pueblo llueve de lado! 


                                          Lluvia a la vista.
Una tierra que, más tarde, cambia su blanco manto por una túnica verde salpicada de vivos colores y anunciando una primavera repleta de sensaciones agradables para los sentidos, paisajes inolvidables, cientos de aromas diferentes, sonidos armoniosos que, son provocados, unas veces, por el agua cantarina de sus ríos y arroyos al sortear los altos riscos de las montañas para convertirse en suave murmullo relajador en los espacios llanos.
Otras veces en cambio, es el canto y las inigualables melodías de las diferentes especies de aves que surcan el aire o saltan de rama en rama de los árboles, despertando del soporífero invierno y anunciando el despertar de la vida en la naturaleza; acompañado, todo esto, por el correteo y el colorido de las grandes polladas de perdices que van tras sus madres en busca de alimentos, desapareciendo como relámpagos al más ligero atisbo de peligro.
Las siluetas de conejos y liebres, levantadas sobres sus patas traseras, olisqueando el aire y con las orejas rectas detectando el más ligero movimiento que les pueda ocasionar un peligro, era otra de las características de esta tierra llena de matices y colorido.
Una tierra donde el lobo, el lince y el zorro, tenían sus espacios. El lobo siempre al acecho de alguna víctima, atacando en ocasiones los rebaños en zonas desprotegidas de la vigilancia de los pastores, o de los perros que cuidaban estos rebaños. Los terneros, en ocasiones, también eran víctimas de estos ataques, en una época donde las cabezas de ganado sobrepasaban los veinte mil ejemplares entre bovino, ovino y caprino.
Algunas veces, en las noches de invierno, se podía escuchar el aullido amenazador de estos lobos desde los cerros cercanos al pueblo.
El lince, un gran cazador, recorría los bosques y la sierra en busca de: conejos, liebres, perdices o pequeños animales. Y el zorro vigilando sus presas favoritas: gallinas, gallos y cochinillos, merodeaba cerca de gallineros y zahúrdas esperando el momento de atacar y llevarse las presas que podía.
El jabalí, seguido de la manada de rayones, aunque un espectáculo en la contemplación de su marcha, producía estragos en sembrados y en praderas con zonas frescas, buscando raíces y otros alimentos; aprovechando para tomar baños de barro; cosa frecuente en estos animales, asegurando de esta forma su regulación térmica al tener las glándulas sudoríparas atrofiadas; aunque existen además otras razones que inducen este comportamiento. También eran un azote para las perdices, destrozando sus nidos  para comer los huevos y cuantos animales pequeños encontraban a su paso: polluelos, culebras, lagartos etc... En su recorrido destrozaban los maizales para alimentarse con el grano de las mazorcas; frecuentando también las zonas de castaños a la caída  de los frutos en el otoño.
Sus ríos, de aguas cristalinas, daban cobijo a gran cantidad de truchas, tanto arcoíris, como la trucha marrón, ésta especialmente en aguas muy frías del Roladrón, saliendo en ocasiones por los canales de riego y apareciendo sobre la hierba después de regar las praderas. Esto daba lugar a que muchas veces, en charcos pequeños, se viesen buenos ejemplares, resultando fácil para los adolescentes hacerse con alguno de ellos sin grandes dificultades. Los barbos y las anguilas eran otros de los pobladores de estos ríos.
En época de lluvias aumentan su caudal excepcionalmente, convirtiéndose en ríos de aguas bravas, hasta tal punto que, su contemplación, aun hoy, es una de las atracciones de los vecinos y tema de conversación de todos, principalmente en la altura que llegan a alcanzar las crecidas a su paso  bajo los puentes.
El estruendo producido por sus aguas en zonas encallejonadas, entre grandes peñascos, como las situadas entre la Fábrica de la Luz y el chozo de Habanero, sobrecogen el ánimo y hace que deban tomarse muchas precauciones para acercarse en lo posible a contemplar un espectáculo que te cautiva y al mismo tiempo te llena de temor.  
La primavera de esta tierra, aunque tarda como en la primavera soriana de Machado, es inolvidable y bella como pocas.
El aumento de las temperaturas hacen que, este manto primaveral de paso a otro rojizo de mieses en sazón que se mueven suavemente por el aire de la brisa. Estas mieses, más tarde, van cayendo bajo el certero golpe de las hoces, manejadas por hombres inclinados extremadamente hacia delante para que el corte sea lo más cercano a la tierra, y así aprovechar después el balago para los animales; hombres por cuya frente se deslizan gotas de sudor que bañan sus rostros, y cuya postura se acentúa cada día más por la fatiga de las duras e interminables jornadas. Algunos de ellos, de tez abatida, preferían, en algunas ocasiones, el descanso reparador a la comida, al finalizar aquellas penosas jornadas que transcurren todas bajo un sol abrasador. ¡El sol de la meseta! Sol que va minando día a día la resistencia de todos los que se atreven a desafiarlo y que dio pie a que Rosalía de Castro proyectase a través de su pluma, en 1861, aquellos versos cargados de rencor y odio contra Castilla y los castellanos.

Castellanos de Castilla

¡Castellanos de Castilla,
tratade ben ós galegos:
cando van, van como rosas;
cando vén, vén como negros!

Cando foi iba sorrindo,
cando veu, iba morrendo
a luciña des meus ollos,
o amantiño de meu peitu.

Aquel máis que neve branco,
aquel de dosuras cheio,
aquel por quen eu vivía
e sin quen vivir non quero.

Foi a castilla por pan,
e saramagus lle derun,
dérunlle fel por bebida,
peniñas por alimento.

Dérunle, en fin, canto amargo
te la vida no seu seo…
¡Castellanos , castellanos,
tendes corazón de ferro!

(………)

Permita Dios, castellanos
castellanos que aborreso,
que antes os gallegos morran
que ir a pedirvos sustento.

Pois tan mal corazón tendes,
secos fillos do deserto,
que si amargo pan vos ganan,
dádesllo envolto en veneno.

(……….)

¡Castellanos de Castilla,
tendes corazón de acero,
alma com as penas dura,
e sin entrañas o peito.       Rosalía de Castro.

La explotación de los menos favorecidos por los dueños de grandes latifundios y señoríos, nada tenía que ver con el trato dado por los medianos y pequeños propietarios a las personas desplazadas para realizar la siega, ya que en este trabajo, la mayor parte de las veces, los que abrían o cerraban las cuadrillas de jornaleros, en esta tierra, tanto en aquel tiempo como en el siglo XX, eran los propios agricultores dueños de los sembrados y que de alguna manera marcaban el ritmo del trabajo; participando todos de los mismos alimentos y a las mismas horas, algunos de ellos servidos por las mujeres de los agricultores en el mismo corte. (Zona de trabajo)
El sol, por más empeño que pusiese Rosalía en su obra, si bien es verdad que podría ser como un suplicio en aquellas largas jornadas, nunca podrá hacer distinción entre gallegos, castellanos, extremeños, portugueses, o cualquier otra persona de las que estaban expuestas durante todo el día a unos rayos que abrasan los hombres y los campos, tanto en Castilla como en Extremadura. Sufriendo, todos por igual, los mismos rigores y penurias.
¡Años estos, muy duros! Años donde el trabajo, para todas las gentes del campo, se realizaba en largas jornadas, de sol a sol, y las comodidades eran escasas para todas estas personas desplazadas, teniendo que descansar en lugares destinados a almacenar el heno y la paja de los animales; aunque, en aquellos tiempos, las comodidades eran escasas para la mayor parte de las gentes del campo, como deja claro Madoz señalando que las casas son de planta baja, y la mayor parte de ellas con pocas comodidades. Esto debía suceder en la mayor parte de los pueblos de Castilla en aquella época. 
La finalización de estos trabajos realizados por los segadores, daba paso a largas caravanas de carros por todos los caminos, cuyas formas en sus cargas eran elaboradas cuidadosamente por las rudas manos de los agricultores como si de esculpir una obra se tratara. Este mismo cuidado en el bien hacer en las tareas del campo, era mantenido por estas personas al colocar los haces en la era para la elaboración de las hacinas. Obras perecederas que, más tarde, se desharían para convertirse en grandes círculos de mieses esparcidas sobre el valle, donde día a día, los trillos, normalmente arrastrados por parejas de vacas y con pasajeros adolescentes, iban deshaciendo poco a poco las espigas y triturando el balago, para que al final, con ayuda del viento, pudieran separar el grano de la paja.
Con el paso del tiempo, las maquinas de trillar servirían para realizar esta labor y evitar las largas y penosas jornadas sobre los trillos a mayores y adolescentes, pero borrando para siempre aquellas bucólicas imágenes de los campesinos dándole la vuelta a la parva, descansando o comiendo para recuperar fuerzas, cobijados bajo sombrajos construidos con palos, escobas, azaoces y ramas verdes de otros arbustos. Sombrajos levantados exclusivamente para la temporada de trilla, y casi siempre por varias familias que se unían para llevar a cabo las faenas de recolección de los cereales.
Durante los descansos podía verse a estos grupos y algún visitante de los que realizaban trabajos cerca, charlar animadamente bajo los sombrajos, pasándose la bota de vino o el barril de agua fresca de unos a otros, mientras con el pañuelo secaban el sudor que cubría sus rostros, echando hacia atrás los sombreros en el intento de limpiar sus frentes al mismo tiempo. Las camisas pegadas a sus torsos, como consecuencia del esfuerzo físico, marcaban unos músculos poderosos, forjados día a día con los intensos y duros trabajos del campo.
Otras veces, esta pausa, era en espera que el viento se moviese, para colocados en hilera, levemente inclinados,  lanzar al aire con el liendro (aventar) el contenido de la parva, que caía, el grano, a los pies de los que participaban en estos trabajos, alejándose la paja arrastrada por el viento y depositándose  separada ya del grano.
Otras veces la extracción del grano de centeno se llevaba a cabo mediante la malla; el golpeo de la espiga con una apero llamado mangual, que era volteado por encima de la cabeza del que lo utilizaba, para descargarlo con gran violencia sobre las espigas, logrando así la extracción del grano. Esta herramienta constaba de dos partes de madera unidas mediante una correa de cuero, una parte era el mango para poder utilizarla, y la otra, bastante más gruesa, la que golpeaba directamente las espigas.
Algunas personas mayores, por falta de fuerzas, llevaban a cabo la extracción del grano de centeno volviendo el trillo por la parte de las pernalas (pedernales) y golpeando las espigas directamente sobre ellas.
Estos trabajos, además de en las eras, era de abajo y era de arriba, se llevaban a cabo sobre rocas grandes y planas a las que los campesinos denominaban laisis o laisitas, cercanas a las casas de campo y los terrenos donde se cultivaban los cereales. Algunas veces, al no haber laisis cercanas, los agricultores construían grandes círculos con lajas para poder llevar a cabo la trilla.    
En las eras de abajo, al caer de la tarde, las faenas eran amenizadas por el croar de un gran coro de ranas que poblaban las lagunas del Bardal. Un pequeño humedal que se había originado en la antigüedad por el lavado de tierras, buscando minerales como el oro y el estaño, que habían sido arrastrados por las aguas del Roladrón en sus desbordamientos. Estas lagunas eran frecuentadas por las cigüeñas y diversas especies de aves en busca de alimentos.
Después de limpiar las parvas, el grano era recogido en sacos que los agricultores se cuidaban de transportar en los carros para descargarlos en lugares donde no les pudiese afectar la humedad; mostrando su resistencia y  fuerza aquellos que se cuidaban de estos menesteres, al transportar sacos que sobrepasaban los cien kilos, teniendo que acceder a sitios altos, incluso subiendo escaleras.
La paja era recogida para alimentar el ganado, transportándola en carros provistos de redes y descargándola en los sobrados de los establos. Esta labor era llevada a cabo por los hombres que, provistos de liendras, volteaban la paja hacia el interior de las redes, mientras que la mayor parte de las veces, adolescentes, acalcaban la paja para poder transportar mayor cantidad.
En esta época, normalmente antes de la siega, a finales del mes Junio, la guadaña manejada por manos expertas, acababa con las verdes praderas; escuchándose antes del comienzo de la jornada, el repiqueteo del martillo sobre el filo de la guadaña, apoyada sobre un pequeño yunque clavado en la tierra, preparándola para la dura jornada. La puesta a punto de la guadaña terminaba asentando el filo con la piedra de afilar.
Cuanto mejor preparada estuviese la herramienta, menos resistencia oponía al corte y menos esfuerzo para la persona que manejaba esta, logrando abarcar más terreno y lograr que los maraños  fuesen más grandes, para así dar fin al trabajo lo más rápidamente posible.
A continuación se esparcía la hierba para que el sol hiciese su labor de desecación, dándole la vuelta con unas horcas especiales de madera y completar el secado. La hierba, convertida ya en heno, era emborregada con enciños de madera, depositando estos borregos sobre los vencejos extendidos en el suelo para atarlos y formar los haces. Estos vencejos eran confeccionados con  hierba larga recogida al guadañar, o con balago seco de centeno, mojándolo para que no se partiese al utilizarlos; constaban de dos partes unidas en el extremo de las espigas.
La finalización de todas estas faenas da paso a una ligera relajación en los agricultores, para seguidamente volver otra vez a las jornadas de intenso trabajo con la recogida de la patata, otro de los soportes de esta economía de subsistencia, quizá la más característica de la zona, ya que los vecinos de los pueblos cercanos apodaban a los habitantes de esta villa, los patateros.


                                         Antaño campos de cereales, hoy pinos castaños y robles.

Otra vez los campos volvían a estar llenos de vida y de una actividad frenética. Personas de diferentes partes de la frontera, sobre todo mujeres, acudían en busca de un jornal que aliviara sus economías, acompañando a los propios del lugar. Unos empuñaban las azadas, para con certeros golpes dejar al descubierto grandes cantidades de patatas que otros iban recogiendo en cestas para llenar los sacos, que serian cargados en los carros por los hombres, ayudados en ocasiones por las mujeres, para transportarlos a los lugares donde quedarían almacenadas hasta su venta o consumo. Al atardecer sobre todo, la cantidad de carros solían ocasionar largas hileras por los caminos hasta su entrada en el pueblo. Los trabajadores y trabajadoras regresaban a sus casas formando grupos, comentando las incidencias del día.
Los trabajos en el campo no cesan, los agricultores, cuando las noches igualan con los días, volvían a emplear la reja, hundiéndola profundamente para que la tierra quedase suelta y esponjada, utilizando otras herramientas, como la grae y la rastra, para una buena puesta a punto de la tierra, mezclándola con el estiércol de los establos y preparándola para la siembra de los cereales, y más tarde también para las hortalizas.
Así la rueda vuelve a girar: la siembra, el invierno con sus largas noches, la primavera vistiendo los campos nuevamente del verde de los trigales salpicados de rojas amapolas, los campos de centeno, cebada, algarrobas, maíz y hortalizas, que un día llenarían las paneras y también servirían de complemento para la alimentación  de los animales: vacas, cerdos, gallinas, cabras, ovejas, burros, mulos y caballos. Todos de suma importancia para las economías del siglo XIX y XX en todos los pueblos.
La importancia del ganado, tanto bovino, como ovino y caprino, es evidente debido a las economías de las gentes del campo y la manera de sacar adelante los cultivos, no solo por la utilización que se hacía del ganado vacuno para estas labores, y juntamente con el ovino y caprino para estercar los campos, sino también como fuente de ingresos, debido a la cría de terneros, corderos, cabritos, la elaboración de quesos y lo que suponía también la abundancia de leche para la venta o consumo propio, sin olvidar la importancia de la lana de las ovejas.
Aunque las características del terreno son más propicias para el mantenimiento del ganado caprino, ya en el siglo XVIII aumento la cantidad de ganado ovino, incrementándose en gran manera durante el XIX, originado principalmente por la cantidad de lana necesaria para la fabricación de tejidos y sombreros, llegando alguna de las familias que se dedicaron a estos trabajos, como los Montero (Mocho), principales fabricantes, a mantener una cabaña muy importante de ovejas entrefinas para el abastecimiento de lana. La producción de lana podría alcanzar unas 112 arrobas por cada mil ovejas, calculando una arroba por cada nueve ovejas, tal como indican: Antonio Fernández, procurador sindico del común, Jacinto Guerrero y Manuel López, todos vecinos de Navasfrías, al asesorar al responsable de catastrar los bienes de esta Villa en 1753. Así mismo la producción que fijan para los carneros a partir de los dos años, es una arroba de lana por cada siete animales.
Todo esto suponía emplear a un buen número de personas, tanto para el cuidado de los animales como para la preparación de la lana: esquileo, lavado, hilado y la fabricación de sombreros y tejidos, así como el tintado.
Algunos de los rabadanes y pastores empleados, llegaron a mantener rebaños propios de más cien ovejas por pagos en especies “Escusa”.
La distribución y venta de los sombreros, era llevada a cabo por uno de los hijos de los dueños, Isidoro Montero Acosta, transportándolos en  reatas de caballos a través de toda Extremadura hasta Andalucía, donde distribuía la mayor parte;  llegando a durar algunos viajes de ida y vuelta, más de un mes.
El tintado de los sombreros era llevado a cabo en un edificio llamado la Tinta, cercano al puente del Bardal; hoy vivienda de una familia. Debido al clima tan lluvioso, a veces, los sombreros al empaparse en agua, soltaban algo del tinte que caía por el rostro de los propietarios; problema que este fabricante soluciono cambiando las ovejas blancas por las merinas  negras necesarias para la fabricación de los sombreros. En esta época figuran muchas personas en los censos con el oficio de tejedor, ya que no solamente eran los Mocho los fabricantes de tejidos y sombreros. Los dos últimos fabricantes de sombreros, ya bien entrado el siglo XX, fueron José Montero Caballero y Emilio Acosta Caballero. Los dos descendientes de aquellos primeros Acosta que llegaron del vecino reino de Portugal, y que comenzaron estos trabajos; aunque fue la entrada de Fcº Montero (Mocho), natural de Pausafoles do Bispo, en esta familia, el que más impulso le dio a esta actividad, y sus descendientes los últimos en abandonarla.
Los tejidos también necesitaban de la agricultura para la fabricación de telas de lino. Quedando constancia en la toponimia del pueblo de Navasfrías con nombres como Los Linares, aunque fuese en la Vega Espinosa, donde se sembraron los últimos campos de lino.
El cierre de la fabricación de sombreros, colchas, lienzos y otras telas, hizo que disminuyeran los rebaños de ovejas, aunque han seguido hasta hoy día en una cantidad mucho menor.
La existencia de las grandes puntas de cabras se prolongaron más en el tiempo, hasta pasada la mitad del siglo XX, ya que muchos agricultores, además de los cultivos, se ocupaban de mantener grandes rebaños de ganado caprino como ayuda de sus economías; lo que hacía necesario la contratación de personas que se ocuparan de este trabajo, la mayor parte gentes del vecino Portugal. Este terreno, con mucho monte, era propicio para la manutención de estos animales, dándoles refugio en las noches del crudo invierno, o durante las grandes nevadas, en las majadas de sus dueños, distribuidas por todo el término.
Había personas que para el consumo de leche en sus casas, si no tenían otros medios, adquirían una, dos o tres cabras, las cuales eran cuidadas por los cabreros de la Villa mediante un precio estipulado por cabra. Por las mañanas los dueños llevaban las cabras a un punto acordado, no ocupándose más, ya que al atardecer, a su regreso, cada una tomaba el camino de los establos de sus dueños. Esto causaba sorpresa a las personas que no eran del pueblo y no estaban acostumbradas a ver este espectáculo, ya que llego a haber tres rebaños de la Villa de más de doscientas cabras cada uno, que entraban en el pueblo casi todas al mismo tiempo, cruzándose en las calles y siguiendo cada una su camino.
Debido también a la gran cantidad de ganado vacuno, y para el aprovechamiento de los pastos de la Sierra y la Genestosa, el ayuntamiento, se cuidaba de contratar un vaquero para el cuidado de estos animales.
La subida a la sierra, se llevaba a cabo el día de San Pedro, desplazándose una gran manada que los vecinos contemplaban con gran admiración, debido a los excelentes ejemplares agrupados en el Bardal para emprender el camino. La bajada de la sierra se producía en el otoño, a la caída de la hoja.
El ganado porcino también era de suma importancia para las economías de las gentes del campo, cebando la mayor parte de los vecinos, uno, o varios ejemplares para el consumo propio y también para las comidas que se originaban debido a los jornaleros contratados para las diferentes faenas durante todo el año. Esto ocasiono que, hasta principios del siglo XX, una persona fuese ajustada por los dueños de estos animales, ocupándose de sacarlos al campo durante el día.
De esta actividad, el dicho de llevar los cerdos al porquero. El lugar escogido para sacarlos al campo, también ha pasado a nuestros días, siendo conocido hoy con el nombre de Cabeza Porquera.
Caballos, mulos y burros, también fueron muy importantes para los agricultores, y para el trabajo desarrollado por trajineros, lenceros, arrieros, aceiteros y chalanes hasta mediados del siglo XX, cuando disminuyen tanto los trabajos agrícolas, como la compraventa de los productos del campo en los pueblos de un lado y otro de la sierra, por la implantación de los comercios y el cambio en los sistemas de transportes. Algunas personas de Navasfrías aún seguían desplazándose a los pueblos extremeños para vender patatas, garbanzos, judías etc… y en algunos casos comprar aceite que después venden en sus casas. Lo mismo hacían las gentes extremeñas con sus productos, aceite y toda clase de frutas, vendiéndolos en los pueblos salmantinos, y en algunos casos adquiriendo otros para consumo propio o para la venta en sus respectivos pueblos.
Los versos del poeta charro, párroco en este tiempo del pueblo de Navasfrías, nos refieren con una descripción fidedigna los usos y costumbres de algunas personas extremeñas que se dedicaban a la venta de aceite en los pueblos salmantinos.

        LAGARTEROS   

  De la Sierra placenteros
salen con machos y cueros
y los pueblos de Castilla;
buscando la pesetilla,
recorren los aceiteros.

  Parecen toscos y rudos,
aunque suelen ser agudos,
y no pecan de gandules;
gastan calcetas azules
y sombreros puntiagudos.

  Como comen los lagartos
tan verdes y tan rastreros
y que no les cuesta cuartos,
de escabeche siempre hartos
se encuentran los lagarteros.

   El hercúleo Potenciano
que tiene un mulo mogino
al que aprecia como hermano,
corre el país castellano
de (El) Payo a Vitigudino.

  Con la pata cojeando
y a menudo tropezando
el marrullero Ziquiel
va por los pueblos cantando,
---Aceiti de Villamiel…

  Pardal, el celebre viejo,
que tiene mucha correa
y que arruga el entrecejo,
también aceiti vocea
de San Martín de Trevejo…

  El Mulato con Froilán,
que forman buena pareja,
alegres cantando van.
---Aceiti de Moraleja
del Bodegón de Alemán…

  Al cabo de las jornadas
pernoctan en las posadas
con lenceros y chalanes,
sazonando las veladas
con trolas y con refranes.

  Ellos se guisan la cena
que suele ser muy frugal,
echan pienso al animal
y roncan luego sin pena
tendidos en un costal.


Matías García Miguel (El cura D. Matías)



En esta época se podían ver, algunas veces, un número considerable de caballerías, sobre todo burros, en la zona del Bardal; el lugar donde sus dueños los soltaban los días que no los necesitaban.   
Todo esto propicio que durante muchos años, la suma de todas las cabezas de ganado, de este pueblo, se acercase a los veintidós mil ejemplares. Hoy día estas cifras están muy reducidas y la presencia de caballerías, y ganado caprino,  es prácticamente testimonial.
El paso del tiempo es inexorable y la rueda del tiempo gira y gira para todos aquellos que, un día, con mano firme, empuñaron las manceras, trazando en las besanas surcos tan rectos como si de un tiralíneas se tratara.
Para aquellos que fueron herederos de los conocimientos acumulados durante largos años en temas agrícolas y ganaderos por sus antecesores, pero por falta de fuerzas y de gente joven que continúe su labor, van cambiando con su mano los campos y, donde antes en las sementeras, las semillas de su puño eran cereales, fueron cambiadas por piñones de pinus pinaster, que poco a poco llenaron de un verde perenne los campos y cambiaron para siempre la forma de vida en este pueblo.
Para aquellos que ayudaron a forjar los sueños de mucha gente y dejaron las huellas de sus manos reconocibles en cada paso del camino, en cada piedra, en cada árbol, regatos, valles y cortadas.
Para aquellos que se orientaban en los campos y en la sierra sin necesidad de brújulas, atendiendo las señales que les proporcionaba la naturaleza.
Para aquellos que conocían exactamente el recorrido del sol en cada época del año para situar los horarios sin necesidad de relojes.
Para los que observando el comportamiento de los animales, tenían cierta seguridad en los cambios atmosféricos.
Para los que conocían de qué forma los cambios de luna influían en los partos de sus animales, y sabían distinguir a todos llamándolos por los nombres que ellos mismos les habían asignado, muchas veces relacionados con el color de su piel, la forma de sus astas etc...
Para aquellos que, cada mañana, tras sus rebaños, alegraban con sus gaitas el comienzo de las duras jornadas de trabajo, soportando los rigores del tiempo.
Para aquellos que desde las minas, labrantíos y praderas, con su optimismo y buen humor, lograban contagiar a los demás, en una época que eran muy frecuentes los sacrificios y las privaciones.
¡La rueda del tiempo gira para todos, también para ellas! Ellas que con su carácter indomable y su trabajo, noche y día, fueron compañeras en todo momento del esfuerzo que supuso, en una época difícil, salir adelante en esta tierra.
Para las que guiaron nuestros primeros pasos. Para las que nos enseñaron a musitar y comprender los primeros sonidos.
Para todos y todas que les precedieron y dieron continuidad también a sus antepasados en la formación de esta villa.
Para todos los que con su esfuerzo físico, negocios, conocimientos, lograron un lugar tan bello y acogedor, y que ya para siempre serán parte de esta tierra desde dentro de sus mismas entrañas.  
¡Todos ellos merecen nuestro recuerdo y gratitud!


                                                        Campanario de Navasfrías

Cantares gallegos

Ellas fueron las que tocaron
cuando los míos allí nacieron;
ellas fueron las que lloraron,
ellas fueron las que doblaron
cuando mis abuelos murieron.     Rosalía de Castro