miércoles, 4 de julio de 2018

Retazos de tiempos antiguos


Agricultores y buscadores de metales.
Desde tiempos antiguos tenemos referencias por la geografía de Estrabón que, entre la parte norte del Tajo y el país de los ártabros (costa norte gallega) habitan unas treinta tribus. Que esta región es rica en frutos del campo y ganados, oro plata y otros muchos metales, pero sin embargo la mayoría de sus habitantes prefieren el oro al cultivo de la tierra.
Vemos por estos testimonios escritos  y otros como las estelas y los verracos que, desde muy antiguo, se puede constatar la presencia de diferentes grupos en áreas limítrofes a lo que hoy día es el término navasfrieño, pero sin poder localizar asentamientos poblacionales que así lo ratifiquen. 



Actualmente, en la Genestosa, podemos observar los restos de las viviendas situadas en Prado Álvaro, a lo largo del regato de las guadañas, objeto de las indagaciones llevadas a cabo por investigadores españoles y portugueses, dirigidos por Martín Viso y Rubio Díez, de la USAL, aunque hasta el momento sin determinar exactamente la época, pero que, parece ser, nos pueden situar aproximadamente a finales del siglo primero d.C. Estas gentes esencialmente dedicadas a la ganadería y pequeños cultivos, debieron constituir el primer poblado, propiamente dicho, en la parte norte de la sierra, lindante al que hoy día es el campo del actual Navasfrías.



El paso del tiempo y las invasiones germanas, a comienzos del siglo V, en el año 409, descritas por Hidacio de Lemica en su Cronicon, forzarían a muchos habitantes de las poblaciones, ante la barbarie de estas tribus, la falta de alimentos y la peste, a dispersarse y crear pequeños grupos de población desperdigados `por los campos, en este caso, algunos, por lo  que es el término del actual campo navasfrieño, cuyas realidades han quedado para la posteridad señaladas por la situación de las tumbas enclavadas en roca granítica, en zonas como Cabeza Porquera, La Veguita, El Rotoro, La Genestosa y otras.
Estas tumbas, si tenemos en cuenta los horrores y la barbarie de las tribus germanas y las consecuencias que tuvo para vivos y muertos, esta invasión descrita por el obispo Hidacio, podemos afirmar, con una probabilidad muy alta de estar en lo cierto, que la reacción lógica de las personas que estaban dispersas por los campos, fuese proteger sus muertos ante la voracidad de las fieras, construyendo lugares seguros donde no pudiese tener acceso ningún animal, convirtiendo estas tumbas temporales, en pudrideros seguros para los cadáveres de sus difuntos.
La utilización de materiales para los cercados de fincas, tanto piedras de posibles viviendas, como las placas de granito que en su día debieron cerrar las tumbas, hacen casi imposible recomponer estos espacios y determinar exactamente cuántas personas pudieron vivir en cada zona donde aparecen; únicamente algunos relatos, trasmitidos, de unos a otros, por personas que cultivaron estas tierras, ya fallecidas hace muchos años, corroboraban la posible existencia de viviendas en estas zonas, por  haber hallado pequeños restos enterrados, pero sin poder, en ningún caso, determinar, con estos testimonios, la cuantía de viviendas.
Otra de las particularidades de estas zonas es la proximidad a espacios donde pueden fácilmente abastecerse de agua. Estos pequeños grupos de población, al igual que anteriormente el poblado de Prado Álvaro, estaban dedicados a la ganadería y pequeños cultivos, sin excluir que algunos pudiesen trabajar de beneficio las cabeceras de los ríos buscando oro y estaño.
Mucho antes de la formación del asentamiento del poblado de Prado Álvaro, los romanos ya habían relevado a los pueblos celtas en la búsqueda de minerales, teniendo más o menos certeza en la búsqueda de oro, plata y estaño en la zona de Valverde, Eljas y de Perales del Puerto; en cambio en la zona de Navasfrías es difícil determinar exactamente si se llevaron a cabo estas búsquedas por los romanos, cuando y como, debido a las explotaciones mineras llevadas a cabo durante el siglo XX a orillas del río Rubíos, y que borraron cualquier indicio de búsquedas anteriores.
Los minerales de la Península fueron de suma importancia y una de las razones para la ocupación de Esta, no solo para Roma, sino para otros pueblos llegados anteriormente.
“El oro no se extrae únicamente de las minas, sino también por el lavado. Los ríos y torrentes arrastran arenas auríferas”.
Geografía de la Península III-2,8. Estrabón.
Cualquier pequeño detalle nos puede llevar a esclarecer ciertos puntos oscuros y establecer con seguridad lo que pudo ocurrir en algunas épocas muy lejanas.   
En el otoño del 2014 y tras un largo paseo disfrutando del campo, y la recogida de hongos, me llamo la atención algo enterrado en la arena y según la arista que sobresalía, debía ser el botón de un pantalón vaquero, con lo cual mi reacción fue darle con la punta del zapato para desenterrarlo, sin otro interés por mi parte. Al salir rodando, mi percepción sobre el objeto cambió, hasta tal punto que mi reacción fue agacharme y recogerlo, para comprobar que era una moneda ennegrecida por el paso del tiempo, pero que al limpiarla pude comprobar se trataba de una moneda de plata. Mi interés después paso a indagar de donde habían traído la arena (salón) que habían extendido para bachear el camino, ya que esta arena compacta muy bien y es resistente a la lluvia durante mucho tiempo. Después de dar con una de las personas que habían trasladado la arena desde su lugar de origen, pude saber que la habían traído de la zona de las minas próximas al río  Rubíos.
Con todo esto mi interés aumento, por ser un denario de plata acuñado en Roma.
Hubo una época que vivía en Roma una familia de origen plebeyo, la familia Aburia, no muy conocida, pero cuyos miembros, Marcus padre, y los hijos Caius y Marcus, prestaron servicios a la república desde diferentes puestos: tribunos, magistrados monetarios y pretores.
Después de estudiar la moneda, pude comprobar que el  acuñador era uno de los hijos, el tribuno del pueblo Caius Aburius Geminus, magistrado monetario en el 134 a.C.
La moneda en sí, es una moneda de plata de 3,9 gm, y una pureza cercana al 100%-.
Anverso: cabeza de Roma con casco alado, mirando a la derecha. Bajo la barbilla, estrella de seis puntas, indicativo de su valor, 16 ases. Detrás de la cabeza la leyenda GEM(inus).


Reverso: Marte con casco, escudo y lanza, portando trofeo y conduciendo una cuadriga cuyos caballos galopan a la derecha. Bajo sus patas la leyenda: ABURI. Exergo: Roma.


El camino fue largo hasta llegar Roma a utilizar esta moneda como forma de pago.
Ya a comienzos del siglo IV a.C., después que las transacciones en especies dieran paso a la compra de toda clase de artículos con metales, los romanos comienzan a utilizar el Aes Rude, barras de bronce, y como su nombre indica, rudo, en bruto. Más tarde, a finales del siglo IV y inicios del siglo III a.C., estas barras comienzan de alguna manera a tener una identidad, al estar marcadas, signadas con relieves, resaltes de objetos o animales, el Aes Signatum. Todas estas barras, tanto el Aes Rude, como el Aes Signatum, eran de diferentes tamaños, llegando en algunos casos a sobrepasar los 1500gm. ¡Un peso considerable! (Aes-aeris= bronce, cobre, metal)
Al final del primer tercio de este siglo III a.C. se va reduciendo el peso, creando el As Libral, 327gm de cobre y forma lenticular, lens- lentis=lenteja. (As-assis = moneda)
Ya es al final de este siglo III a.C. cuando Roma comienza a acuñar sus monedas tal como las conocemos hoy día, una de ellas el Denario, este con un valor de 10 Ases, y que más tarde sería la moneda oficial del imperio, aunque con pesos y valores diferentes con el paso del tiempo. Esta primera moneda, era de plata, de 4,5 gm y una pureza cercana al 100%; acuñándose 72 piezas por libra de plata.
Con su devaluación en el siglo II a.C., pasan a acuñarse 84 piezas por libra, con un peso de3,9 gm., pero en el 143 a.C. aumenta el valor de esta moneda hasta 16 Ases.
El valor real de la moneda llego a ser casi tres veces el valor de la plata con la que estaba acuñada.
Este Denario acuñado en Roma en el 134 a.C. hallado en los campos de Navasfrías, y que con toda probabilidad durante más de veintiún siglos estuvo olvidado dentro de las entrañas de las arenas de la zona de las minas, nos puede ayudar en gran manera, a situar con bastante seguridad el comienzo de estas búsquedas en la zona navasfrieña, por los romanos, en torno al último tercio del siglo II a.C., llevándonos a la conclusión que, alguien que utilizaba esta moneda acuñada en una ceca de Roma y por tanto romano, seguramente acompañado de otras personas, ya recorrían en aquellos tiempos dicha zona y el resto de espacios donde aún, hoy día, se puede encontrar oro y estaño, léase: Águeda, Roladrón y las desaparecidas Lagunas del Bardal.
En una de estas zonas del río Águeda, en el sitio denominado los Gorrones, los bateadores también han encontrado algún Quinario con distintivo V, específico del valor de medio denario, acuñado también en tiempos de la república romana.
Las tierras movidas para su lavado en las lagunas del Bardal, las ruinas de la casa de los Salgueros en plena zona minera, posiblemente como refugio de gentes que se dedicaron en su tiempo a la búsqueda de metales como el oro y el estaño, y  también las represas construidas con vigas de madera en el río Águeda con el fin de proceder al lavado de las arenas arrastradas por las aguas del río, son indicativas de los procedimientos usados antiguamente, pero sin poder determinar la época en que ocurrieron, ni las gentes que lo realizaron. Pero el hallazgo de estas monedas, sitúan las búsquedas de metales por los romanos, en este territorio, según las fechas de acuñación de las monedas halladas en el término navasfrieño, como muy tarde, a finales del siglo segundo a.C., en un periodo posterior a la muerte de Viriato, y el final de las guerras lusitanas, con el sometimiento de la Lusitánia por las legiones romanas.   
La búsqueda de metales ha sido una constante del hombre en todos los tiempos, unas veces impuestas por las necesidades de los avances de la humanidad para la fabricación de toda clase de artículos domésticos, así como armas , joyas etc…  y otras veces como entretenimiento o deporte.
Es sobre todo por las necesidades familiares para procurar una ayuda a sus economías que, durante buena parte del siglo XX y coincidiendo con las explotaciones mineras de wolframita, muchas personas de Navasfrías se beneficiaron del hallazgo de estaño por lavado de las arenas del río de Rubiós, al mismo tiempo que de  pepitas de oro, algunas de más de seis gramos.
Esto nos demuestra que si en esta época era productivo el lavado de las arenas de los ríos, evidentemente, en aquellos tiempos, debió producir muchos más beneficios a los que se dedicaron a estas labores.
También debido al ambiente minero y las conversaciones sobre estos temas, señalando lugares y forma de proceder para obtener buenos resultados en la obtención del oro y del estaño, y en algunos casos viendo como se procedía al lavado de arenas para la extracción del wolframita,  estaño y  oro por parte de los mayores que se dedicaban a estos trabajos en el segundo tercio del siglo XX, propiciaron una innegable influencia en los más pequeños como si de un juego se tratase, propiciando, para algunos, un estimulo a la hora de poner en práctica sus propias búsquedas.
La teoría, aprendida en estas escuchas, estimuló a algunos adolescentes a la imitación de la forma de proceder de los mayores, sobre todo, tratándose de una ejecutoria relativamente fácil para llevar a cabo estos trabajos ya que al final eran secundados más como un juego que otra cosa. Esto, de alguna manera, fue lo que me hizo acompañar a algún amigo, alrededor de la década de los cincuenta, al río Roladrón, donde no solamente nos entreteníamos en lavar las arenas, sino que tras abrir las placas de los pizarrales del lecho del río, sacábamos con una cuchara el barro que estaba incrustado en las diferentes partes de estas rocas, donde normalmente se podían localizar pequeñas pepitas de oro. Algunos amigos, por supuesto los más aficionados, llegaron a poseer oro para llenar algún botecito de cristal de unos diez o quince mm de diámetro, por cuarenta de altura aproximadamente. ¡Un pequeño tesoro!   
Hoy día, las cabeceras de estos ríos, aún son frecuentadas por los bateadores, en certámenes, o particularmente. Esta etapa debida principalmente a un experimentado bateador y gran amante de estos parajes, Rufino Orea.


XXº P.





lunes, 2 de julio de 2018

Pueblos de Frontera


El contrabando de “carrego” un modo de vida para subsistir.
El giro imperceptible de la tierra va cubriendo de sombras los montes y caminos que conducen a los pueblos fronterizos portugueses, al mismo tiempo que las farolas, distribuidas en algunas de las travesías principales, comienzan a iluminar con su luz mortecina de 125v las calles que poco a poco van quedando desiertas, permaneciendo aparentemente en calma, hasta que unas sombras se deslizan con rapidez y en silencio, penetrando en una de las casas donde le esperan algunas hombres más. Dentro están terminando de empaquetar la mercancía que inmediatamente se convertirá en “carregos” en las espaldas de los porteadores.
Pasados unos minutos, los hombres comienzan a salir a la calle con las mercancías a sus espaldas. El camino que tienen por delante es largo y peligroso, y el peso se les va haciendo insoportable, incrustándose las cuerdas en el pecho y los hombros de los porteadores, provocando rozaduras, a veces hasta sangrar, en alguno de los que caminan en grupo para no dispersarse en la oscuridad de la noche. Los más  veteranos en estas lides, van provistos de gomas gruesas, obtenidas del piso de alpargatas usadas, para ponerlas entre las cuerdas y el cuerpo, y así evitar, a lo largo del camino, las marcas y rozaduras producidas por los atalajes, ya que los “carregos” se transportan como si fuesen mochilas, con un peso de veinte kilos y a veces superior que, durante el trayecto, las sensaciones que les ocasionarán el peso y la fatiga, se les irán acrecentando gradualmente, hasta que al final les parecerá que le han duplicado la carga.

                        Hoy carreteras que unen España y Portugal, antes caminos de contrabando.

La oscuridad de la noche entorpece el caminar a través del campo, cubierto a veces de jaras, escobas, y matorrales, dificultando la marcha y haciendo más penoso, si cabe, estas largas caminatas que trascurren a veces por caminos de montaña entre los pueblos portugueses y españoles. Otras veces, por zonas donde los ríos o regatos hacen que su andadura tenga que ser muy lenta para ir sorteando, primero, el caudal de estos y luego los humedales provocados a veces por los desbordamientos ocasionados en épocas de lluvias. Las inclemencias del tiempo también juegan en contra de todos los que caminan en la noche, procurando sortear las casas de campo y las majadas, lugares que puedan servir de cobijo a los agentes de la frontera, y en otros casos ser delatados por los perros que están al cuidado de haciendas o ganado.      
En algunos casos, los caminos por donde han de pasar los porteadores están vigilados por alguna persona que tiene el cometido de avisar en caso de la presencia de la pareja de la guardia civil. Esto normalmente suele suceder, cuando la carga de todos los porteadores es de un propietario y ellos van a jornal, cobrando cada uno veinte o veinticinco duros. Pero no faltan los imprevistos, ya que igual que los guardias están vigilados, ellos también procuran estar al tanto de los caminos por donde transitan las mercancías que se mueven a través de la frontera, con el resultado en algunas ocasiones de la detención de los dueños de la mercancía, haciéndoles reos, con la consiguiente multa por un valor muy superior al de la mercancía que, en algunos procesos, se trasforman en penas de cárcel.  
La precaución y a veces el miedo a guardiñas y carabineros, por la posible pérdida del total del producto y la ganancia que les pueda producir, hacen que, en algunas ocasiones, cualquier sombra en el camino despierte el recelo de todos, y ante el peligro de desbandada y apresamiento, los más expertos que van al mando, hagan parar y echar cuerpo a tierra ante el temor de la presencia de los agentes de un lado u otro de la frontera, descubriendo a fuerza de esperar la luz del alba que su temor esta provocado por causas naturales, como pueden ser matojos, o escobas que, en la oscuridad de las noches cerradas, provocan una psicosis colectiva trasmitiéndoles la sensación real que ante sí se hallan dichos agentes.
Para muchos de estos porteadores, después de una larga noche de padecimientos y largas caminatas, incluyendo la de retorno al amanecer, la jornada continuaba o bien para atender al ganado, y también algunos, para realizar trabajos en los diferentes labores de la agricultura, ayudando a sus padres en estos quehaceres.
Para los jóvenes, el macuto, fue una de las salidas para no resultar una carga en las familias, debido a la escasez de medios económicos, y la falta de trabajo remunerado.
La supervivencia relacionada con el contrabando en los pueblos de la frontera, tuvo muchos altibajos para salir adelante, aunque siempre con grandes dificultades para las personas que tenían solamente esa salida como forma de subsistir, tanto en un lado como en el otro de la frontera, en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta.
Productos como el café, el tabaco, y otros, en pequeñas cantidades, servían también a algunas mujeres portuguesas para sobrevivir, al recorrer cada mañana el camino hasta Navasfrías, soportando la fatiga que les producía hacer el camino cargadas con estos productos, para venderlos a los vecinos, y con las ganancias que les proporcionaban poder adquirir azúcar,  pan, y otras mercancías, difíciles de encontrar en aquel tiempo en los pueblos portugueses de la frontera.  
Dado el consumo de café por casi todas las personas y la buena acogida del torrefacto portugués en los pueblos españoles, añadida  la falta de este producto o algún otro parecido, también algunas navasfrieñas adquirían varios kilos en cualquier tienda de los pueblos vecinos, para venderlos y con las ganancias seguir atendiendo precariamente a las necesidades de cada día en sus familias.
Las circunstancias por las que atraviesan muchas familias en los pueblos portugueses, ante la falta de recursos, hacen que muchas mujeres con edades muy avanzadas emprendan largas caminatas para poder ganar algunas pesetas con las que malvivir. Sus desplazamientos pueden durar todo el día, en un trayecto que las llevara desde Aldeia do Bispo y La Geosa da Raia  hasta El Payo, u otros pueblos españoles, incluidos pueblos extremeños, para distribuir los encargos que le son pedidos por gentes de estos lugares, carretes y bobinas de hilo, telas para confeccionar delantales, batas y también encargos de otros muchos artículos.
Para llegar a conseguir estos pequeños márgenes, se arriesgaban, unas y otras, a perder todo lo empleado en la compra de los productos, si les era requisada la mercancía en la frontera, y regresar a sus casas con las manos vacías.
El contrabando llevado a cabo individualmente, bien a pie o a caballo, fue una de las formas de sobrevivir en  la posguerra hasta el final de los sesenta, ya que casi todos cuando la industria fue necesitando mano de obra, siguieron el camino de la emigración, bien viajando a Argentina, ya en las primeras décadas del siglo XX, o a los países europeos, incluyendo al final ciudades españolas.
El caballo, por su rapidez en los desplazamientos, fue muy utilizado para el transporte de mercancías, sobre todo café y tabaco, y aunque más cómodo para las personas, ya que tanto la carga como el jinete iban a la grupa del animal, no dejaba de encerrar incluso más peligros que para los macuteros que transportaban estas mercancías por su cuenta, y que solían ser pequeños grupos; ya que al ser cantidades más grandes las que se movían con los caballos, los agentes de la frontera tanto de una parte como otra, procuraban perseguirlos si cabe con más ahínco para hacerse con las cargas, utilizando para ello, a veces, los caballos asignados al puesto de carabineros. Las desbandadas producidas en estos ataques, ocasionaba algunas veces situaciones muy graves para la integridad física de los perseguidos, bien por disparos, caídas de caballo y jinete en algún pantano, o bien por el choque del jinete contra la rama de algún árbol que se interponía en el galope al que era sometido el caballo en la huida de los perseguidores.

                                       Frontera entre Navasfrias y Foios, zona de paso de ganado.

Ante la disyuntiva de cumplir o no cumplir la ley y por otra parte poder seguir viviendo a duras penas, estas personas aplicaron la máxima latina, norma general para todas ellas. “Primum vivere, deinde philosophari. Primero vivir, después filosofar”. Primero proponerse seguir viviendo con los únicos medios a su alcance en aquellos tiempos y después ya reflexionarían, o no, sobre la ley que regulaba el paso de mercancías por las fronteras y la conveniencia de cumplirla y dejar que las familias padeciesen toda clase de privaciones, incluyendo incluso las alimentarias, al estar olvidados completamente de las administraciones del estado, que solamente se acordaba de estos pueblos, tanto los de España como de Portugal, a la hora de cobrar impuestos. Asunto este, reflejado algunas veces en escritos que llegaban a calificar esta zona fronteriza, como pueblos olvidados de la raya, casi incomunicados, con una economía de subsistencia para buena parte de sus habitantes.
Por otra parte, la supervivencia, en todos los tiempos, ha sido y es un instinto básico y principal, para todas las criaturas que forman el planeta tierra.
Diferente de todo esto, referido al contrabando, fueron las grandes remesas de wolframita, chelita, parafina, cobre en placas o barras, piedras de mechero, tabaco, café, maquinas de coser, telas de todas clases, monedas de oro y plata republicanas, toda clase de ganados, incluso en algunas ocasiones armas y otras muchas mercancías, que podían ser movidas por grupos de hasta cien personas, y cuadrillas de caballistas que  alcanzaban a veces a formar grandes grupos  de jinetes; aunque casi todas estas personas tanto caballistas como macuteros, eran contratados a jornal con un precio pactado; siempre con el riesgo de ser detenidos, e incluso perder la vida en alguno de aquellos encuentros con los agentes de la frontera que, en algunas ocasiones no tenían problemas en disparar después de echar el alto.
Estas mercancías, en grandes cantidades, solían ser de un solo propietario o de un grupo muy reducido, lo que obedecía más al enriquecimiento personal, que la falta de recursos.
El final del contrabando sobre todo de tabaco y café, catapulto la salida, en la década de los sesenta, de casi todas las personas dedicadas a pasar estas mercancías a través de la frontera, pasando a residir sobre todo en países europeos.
Las salidas más traumáticas son las que se van produciendo hasta mediada la década de los cincuenta, con bastante más de trescientos desplazados hacia la república Argentina.       
Las circunstancias en que se producen estas partidas, con el alejamiento de padres, hermanos y demás familiares, así como amigos, y también amores de juventud, truncados, en algunos casos para siempre, les llevaran cuando en sus pechos se clave el puñal del desanimo y la añoranza, debido a veces a las circunstancias poco favorables en su nueva tierra, a recordar y  recorrer mentalmente su vida anterior, las celebraciones y costumbres de sus gentes, los campos y caminos tantas veces transitados durante su niñez y juventud en compañía de familiares y amigos, campos y caminos impregnados por fragmentos arrancados de lo más profundo, como girones de sus voluntades ante la decisión de partir, ondeando al viento a modo despedida, mientras desechaban las dudas que se les planteaban y hacían firme esta medida. Siendo causa, en algunos casos, después de años separados de su tierra, de ciertas crisis de desasosiego en sus vidas, ante la imposibilidad de volver a ver sus gentes, las verdes praderas, las aguas cristalinas de sus ríos, respirar el aire limpio de sus montañas y percibir en sus rostros la suave brisa, en amaneceres y atardeceres, de estos espacios tan amados.
Esta semejanza ante la ansiedad por la tierra natal, y el alejamiento de esta, con la posibilidad de no volver a verla, es un sentimiento en todos los seres humanos que recuerdan con tristeza el abandono, por fuerza mayor, de lo más querido, trasmitido magníficamente en el “Va, pensiero” por el coro de los esclavos, acto tercero de Nabuco, bellísima ópera de Verdi, con letra de Temistocle Solera; inspirado en el éxodo del pueblo judío, y su confinamiento en Babilonia. Libro de los salmos 136 (137). Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos, acordándonos de Sión.

Ve, pensamiento,
sobre alas doradas;
¡ve, pósate en las
praderas, y en las
colinas,
donde exhalan su
fragancia tibios y
suaves
los aires dulces de la
tierra natal!

XXº P.