lunes, 2 de julio de 2018

Pueblos de Frontera


El contrabando de “carrego” un modo de vida para subsistir.
El giro imperceptible de la tierra va cubriendo de sombras los montes y caminos que conducen a los pueblos fronterizos portugueses, al mismo tiempo que las farolas, distribuidas en algunas de las travesías principales, comienzan a iluminar con su luz mortecina de 125v las calles que poco a poco van quedando desiertas, permaneciendo aparentemente en calma, hasta que unas sombras se deslizan con rapidez y en silencio, penetrando en una de las casas donde le esperan algunas hombres más. Dentro están terminando de empaquetar la mercancía que inmediatamente se convertirá en “carregos” en las espaldas de los porteadores.
Pasados unos minutos, los hombres comienzan a salir a la calle con las mercancías a sus espaldas. El camino que tienen por delante es largo y peligroso, y el peso se les va haciendo insoportable, incrustándose las cuerdas en el pecho y los hombros de los porteadores, provocando rozaduras, a veces hasta sangrar, en alguno de los que caminan en grupo para no dispersarse en la oscuridad de la noche. Los más  veteranos en estas lides, van provistos de gomas gruesas, obtenidas del piso de alpargatas usadas, para ponerlas entre las cuerdas y el cuerpo, y así evitar, a lo largo del camino, las marcas y rozaduras producidas por los atalajes, ya que los “carregos” se transportan como si fuesen mochilas, con un peso de veinte kilos y a veces superior que, durante el trayecto, las sensaciones que les ocasionarán el peso y la fatiga, se les irán acrecentando gradualmente, hasta que al final les parecerá que le han duplicado la carga.

                        Hoy carreteras que unen España y Portugal, antes caminos de contrabando.

La oscuridad de la noche entorpece el caminar a través del campo, cubierto a veces de jaras, escobas, y matorrales, dificultando la marcha y haciendo más penoso, si cabe, estas largas caminatas que trascurren a veces por caminos de montaña entre los pueblos portugueses y españoles. Otras veces, por zonas donde los ríos o regatos hacen que su andadura tenga que ser muy lenta para ir sorteando, primero, el caudal de estos y luego los humedales provocados a veces por los desbordamientos ocasionados en épocas de lluvias. Las inclemencias del tiempo también juegan en contra de todos los que caminan en la noche, procurando sortear las casas de campo y las majadas, lugares que puedan servir de cobijo a los agentes de la frontera, y en otros casos ser delatados por los perros que están al cuidado de haciendas o ganado.      
En algunos casos, los caminos por donde han de pasar los porteadores están vigilados por alguna persona que tiene el cometido de avisar en caso de la presencia de la pareja de la guardia civil. Esto normalmente suele suceder, cuando la carga de todos los porteadores es de un propietario y ellos van a jornal, cobrando cada uno veinte o veinticinco duros. Pero no faltan los imprevistos, ya que igual que los guardias están vigilados, ellos también procuran estar al tanto de los caminos por donde transitan las mercancías que se mueven a través de la frontera, con el resultado en algunas ocasiones de la detención de los dueños de la mercancía, haciéndoles reos, con la consiguiente multa por un valor muy superior al de la mercancía que, en algunos procesos, se trasforman en penas de cárcel.  
La precaución y a veces el miedo a guardiñas y carabineros, por la posible pérdida del total del producto y la ganancia que les pueda producir, hacen que, en algunas ocasiones, cualquier sombra en el camino despierte el recelo de todos, y ante el peligro de desbandada y apresamiento, los más expertos que van al mando, hagan parar y echar cuerpo a tierra ante el temor de la presencia de los agentes de un lado u otro de la frontera, descubriendo a fuerza de esperar la luz del alba que su temor esta provocado por causas naturales, como pueden ser matojos, o escobas que, en la oscuridad de las noches cerradas, provocan una psicosis colectiva trasmitiéndoles la sensación real que ante sí se hallan dichos agentes.
Para muchos de estos porteadores, después de una larga noche de padecimientos y largas caminatas, incluyendo la de retorno al amanecer, la jornada continuaba o bien para atender al ganado, y también algunos, para realizar trabajos en los diferentes labores de la agricultura, ayudando a sus padres en estos quehaceres.
Para los jóvenes, el macuto, fue una de las salidas para no resultar una carga en las familias, debido a la escasez de medios económicos, y la falta de trabajo remunerado.
La supervivencia relacionada con el contrabando en los pueblos de la frontera, tuvo muchos altibajos para salir adelante, aunque siempre con grandes dificultades para las personas que tenían solamente esa salida como forma de subsistir, tanto en un lado como en el otro de la frontera, en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta.
Productos como el café, el tabaco, y otros, en pequeñas cantidades, servían también a algunas mujeres portuguesas para sobrevivir, al recorrer cada mañana el camino hasta Navasfrías, soportando la fatiga que les producía hacer el camino cargadas con estos productos, para venderlos a los vecinos, y con las ganancias que les proporcionaban poder adquirir azúcar,  pan, y otras mercancías, difíciles de encontrar en aquel tiempo en los pueblos portugueses de la frontera.  
Dado el consumo de café por casi todas las personas y la buena acogida del torrefacto portugués en los pueblos españoles, añadida  la falta de este producto o algún otro parecido, también algunas navasfrieñas adquirían varios kilos en cualquier tienda de los pueblos vecinos, para venderlos y con las ganancias seguir atendiendo precariamente a las necesidades de cada día en sus familias.
Las circunstancias por las que atraviesan muchas familias en los pueblos portugueses, ante la falta de recursos, hacen que muchas mujeres con edades muy avanzadas emprendan largas caminatas para poder ganar algunas pesetas con las que malvivir. Sus desplazamientos pueden durar todo el día, en un trayecto que las llevara desde Aldeia do Bispo y La Geosa da Raia  hasta El Payo, u otros pueblos españoles, incluidos pueblos extremeños, para distribuir los encargos que le son pedidos por gentes de estos lugares, carretes y bobinas de hilo, telas para confeccionar delantales, batas y también encargos de otros muchos artículos.
Para llegar a conseguir estos pequeños márgenes, se arriesgaban, unas y otras, a perder todo lo empleado en la compra de los productos, si les era requisada la mercancía en la frontera, y regresar a sus casas con las manos vacías.
El contrabando llevado a cabo individualmente, bien a pie o a caballo, fue una de las formas de sobrevivir en  la posguerra hasta el final de los sesenta, ya que casi todos cuando la industria fue necesitando mano de obra, siguieron el camino de la emigración, bien viajando a Argentina, ya en las primeras décadas del siglo XX, o a los países europeos, incluyendo al final ciudades españolas.
El caballo, por su rapidez en los desplazamientos, fue muy utilizado para el transporte de mercancías, sobre todo café y tabaco, y aunque más cómodo para las personas, ya que tanto la carga como el jinete iban a la grupa del animal, no dejaba de encerrar incluso más peligros que para los macuteros que transportaban estas mercancías por su cuenta, y que solían ser pequeños grupos; ya que al ser cantidades más grandes las que se movían con los caballos, los agentes de la frontera tanto de una parte como otra, procuraban perseguirlos si cabe con más ahínco para hacerse con las cargas, utilizando para ello, a veces, los caballos asignados al puesto de carabineros. Las desbandadas producidas en estos ataques, ocasionaba algunas veces situaciones muy graves para la integridad física de los perseguidos, bien por disparos, caídas de caballo y jinete en algún pantano, o bien por el choque del jinete contra la rama de algún árbol que se interponía en el galope al que era sometido el caballo en la huida de los perseguidores.

                                       Frontera entre Navasfrias y Foios, zona de paso de ganado.

Ante la disyuntiva de cumplir o no cumplir la ley y por otra parte poder seguir viviendo a duras penas, estas personas aplicaron la máxima latina, norma general para todas ellas. “Primum vivere, deinde philosophari. Primero vivir, después filosofar”. Primero proponerse seguir viviendo con los únicos medios a su alcance en aquellos tiempos y después ya reflexionarían, o no, sobre la ley que regulaba el paso de mercancías por las fronteras y la conveniencia de cumplirla y dejar que las familias padeciesen toda clase de privaciones, incluyendo incluso las alimentarias, al estar olvidados completamente de las administraciones del estado, que solamente se acordaba de estos pueblos, tanto los de España como de Portugal, a la hora de cobrar impuestos. Asunto este, reflejado algunas veces en escritos que llegaban a calificar esta zona fronteriza, como pueblos olvidados de la raya, casi incomunicados, con una economía de subsistencia para buena parte de sus habitantes.
Por otra parte, la supervivencia, en todos los tiempos, ha sido y es un instinto básico y principal, para todas las criaturas que forman el planeta tierra.
Diferente de todo esto, referido al contrabando, fueron las grandes remesas de wolframita, chelita, parafina, cobre en placas o barras, piedras de mechero, tabaco, café, maquinas de coser, telas de todas clases, monedas de oro y plata republicanas, toda clase de ganados, incluso en algunas ocasiones armas y otras muchas mercancías, que podían ser movidas por grupos de hasta cien personas, y cuadrillas de caballistas que  alcanzaban a veces a formar grandes grupos  de jinetes; aunque casi todas estas personas tanto caballistas como macuteros, eran contratados a jornal con un precio pactado; siempre con el riesgo de ser detenidos, e incluso perder la vida en alguno de aquellos encuentros con los agentes de la frontera que, en algunas ocasiones no tenían problemas en disparar después de echar el alto.
Estas mercancías, en grandes cantidades, solían ser de un solo propietario o de un grupo muy reducido, lo que obedecía más al enriquecimiento personal, que la falta de recursos.
El final del contrabando sobre todo de tabaco y café, catapulto la salida, en la década de los sesenta, de casi todas las personas dedicadas a pasar estas mercancías a través de la frontera, pasando a residir sobre todo en países europeos.
Las salidas más traumáticas son las que se van produciendo hasta mediada la década de los cincuenta, con bastante más de trescientos desplazados hacia la república Argentina.       
Las circunstancias en que se producen estas partidas, con el alejamiento de padres, hermanos y demás familiares, así como amigos, y también amores de juventud, truncados, en algunos casos para siempre, les llevaran cuando en sus pechos se clave el puñal del desanimo y la añoranza, debido a veces a las circunstancias poco favorables en su nueva tierra, a recordar y  recorrer mentalmente su vida anterior, las celebraciones y costumbres de sus gentes, los campos y caminos tantas veces transitados durante su niñez y juventud en compañía de familiares y amigos, campos y caminos impregnados por fragmentos arrancados de lo más profundo, como girones de sus voluntades ante la decisión de partir, ondeando al viento a modo despedida, mientras desechaban las dudas que se les planteaban y hacían firme esta medida. Siendo causa, en algunos casos, después de años separados de su tierra, de ciertas crisis de desasosiego en sus vidas, ante la imposibilidad de volver a ver sus gentes, las verdes praderas, las aguas cristalinas de sus ríos, respirar el aire limpio de sus montañas y percibir en sus rostros la suave brisa, en amaneceres y atardeceres, de estos espacios tan amados.
Esta semejanza ante la ansiedad por la tierra natal, y el alejamiento de esta, con la posibilidad de no volver a verla, es un sentimiento en todos los seres humanos que recuerdan con tristeza el abandono, por fuerza mayor, de lo más querido, trasmitido magníficamente en el “Va, pensiero” por el coro de los esclavos, acto tercero de Nabuco, bellísima ópera de Verdi, con letra de Temistocle Solera; inspirado en el éxodo del pueblo judío, y su confinamiento en Babilonia. Libro de los salmos 136 (137). Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos, acordándonos de Sión.

Ve, pensamiento,
sobre alas doradas;
¡ve, pósate en las
praderas, y en las
colinas,
donde exhalan su
fragancia tibios y
suaves
los aires dulces de la
tierra natal!

XXº P.





No hay comentarios:

Publicar un comentario